Parece que, por fin, entre Rajoy y Rivera, entre el Partido Popular y Ciudadanos hay una débil línea de colaboración. Al menos, hablan, que sería lo mínimo que hay que exigir a los representantes electos de los ciudadanos, pero que, como hemos comprobado, algunos no están dispuestos a aceptar bajo ningún concepto.

Un presidente del Gobierno tiene que hablar con todos los partidos de la oposición, incluso, o especialmente, con los que promueven la independencia o con los más lejanos, para escucharles para negociar y, en ocasiones, a veces en muchas ocasiones, decir radicalmente no a sus pretensiones.

En los últimos tiempos -Aznar, Zapatero, Rajoy- ese diálogo no ha sido activo ni suficiente. Un líder de la oposición, aunque sea la oposición más débil de la historia de España y esté más en precario que los trabajadores contratados en julio, está obligado a dialogar con el presidente del Gobierno, a tratar de negociar políticas y no sólo a manejar el "no es no" con el que no comulgan -aunque callan- buena parte de sus compañeros de partido.

Lo de Sánchez empieza ya a irritar profundamente a buena parte de la ciudadanía, de manera que si no negocia nada con Rajoy, exigiéndole cambios, y vota en contra del único Gobierno posible que hoy se puede formar o, peor, si trata de hundir esa posibilidad para tratar de entregarse en brazos de Podemos y de los independentistas, habrá certificado el hundimiento del PSOE para muchas décadas.

Si los socialistas no estuvieran "de vacaciones" desde hace mucho tiempo -es decir, sin proyecto, sin líderes y sin estrategia-, tendríamos que pensar que se han ido a la playa, han apagado el móvil y no leen los periódicos. Sordos, ciegos y mudos ante la huida hacia el precipicio de Sánchez.

Ante la inmensidad de desafíos que tiene España ahora mismo -los nuestros, los de Europa, los del terrorismo, los de la crisis-, muchos hemos hablado de un Gobierno de unidad nacional. Parece la propuesta más razonable y la que de alguna manera defienden Rajoy -con la boca pequeña- y Rivera -susurrando-. También la que han votado mayoritariamente los ciudadanos en las dos últimas ocasiones, al dar dos tercios de los votos al PP y al PSOE y sólo un tercio, y en disminución, a "los nuevos". Ciudadanos aportaría frescura a ese Gobierno y reforzaría el reto constitucionalista. Sánchez se niega. Y el PSOE calla.

Es lamentable comprobar cómo los líderes de los partidos -desde Adolfo Suárez hasta Pablo Iglesias- tienen un poder absoluto sobre la estructura del mismo. Nadie se atreve a contradecirles. Ahora, si los partidos creen de verdad en una democracia regenerada, pueden cambiarlo. La alternativa es cooperación o populismo. Constitución -con todos los cambios imprescindibles, que son muchos- o demagogia. Regeneración o asamblearismo. El populismo es lo peor que le podía pasar a España en estos momentos, como ha sido lo peor para todos los países donde ha llegado al poder. Si hubiera unas terceras elecciones, algunos pagarán el precio más alto: la desaparición.