Esta recta comprende la distancia entre la ermita de San Lázaro y la Cruz del Calvario. El tramo de carretera, anteriormente de tierra, tiene para los herreños, y más aún para los vecinos de Valverde y los del Mocanal, Erese y Guarazoca, una significación muy especial.

En esa recta aprendimos a montar en bicicleta, porque sus espacios eran adecuados, y cuando aún no nos la habían comprado sí que nos afanábamos en alquilárselas al buen y recordado amigo Fernando Rivera, que disponía de ellas, así como un taller para arreglar imprevistas averías.

Por ella, viniendo desde los pueblos del norte y llegando a la ermita de San Lázaro, se podía considerar que ya se entraba en Santiago, inicio de Valverde. Y fue la vía tanto para unos como para otros, así lloviera o tronara, que no quedaba otro remedio que recorrer para gestionar diferentes menesteres y circunstancias.

En sus bicicletas llegaban los estudiantes a dar clase en la academia de doña Inocencia; comerciantes que acudían a la villa a realizar determinadas compras o alguna que otra letra bancaria que había que solventar en la tienda de doña Armenia Castañeda, puesto que era la representante del único banco de la isla, el Hispano Americano. Y maestros que de la villa se trasladaban al Mocanal para enseñar a los niños.

Por ella transitaban también los que ejercían la función de carteros, que tenían que trasladarse a la villa y vuelta, los lunes y viernes, días de correo (que es cuando llegaban los correíllos), y ya era un alivio cuando se vislumbraba la torre de la iglesia de Santiago.

Por esa recta innumerables noches plenas de entusiasmo, íbamos a los bailes de los domingos, donde nos esperaba, aunque fuera imaginario, el deseo del encuentro que habíamos soñado y que alguna que otra vez se convirtió en una grata realidad, quedando atrás las dificultades del trayecto por el jable de la carretera y la mortecina luz de las dinamos de las bicicletas.

Y otra cita deseada era la fiesta del día de San Lázaro, que era el mejor encuentro afectuoso y cordial entre los pueblos, donde el paseo entre la ermita y la cruz del Calvario era referente de entusiasmos, de jolgorio y de cercanas esperanzas, algunas mas allá de la amistad. Muchos amores se consolidaron y otros iniciaron el camino de un enamoramiento pleno de vitalidad.

De ahí que esa idea inteligente, meritoria y adecuada de poner en la mitad del tramo de la recta junto al desvío de la carretera que va a Echedo un monumento como reconocimiento a la bicicleta ha sido acertado, porque fue, efectivamente, el vehículo que posibilitó un sinfín de esfuerzos y de encuentros entrañables.