Este domingo el imán de una mezquita de Nueva York y su ayudante han sido asesinados. Como lo fue hace unas semanas en Francia el sacerdote católico de 85 años, Jacques Hamel, mientras celebraba la misa. El odio contra la religión no solo no disminuye, sino que crece peligrosamente. A cambiar esta situación no ayudan promesas como las del candidato presidencial estadounidense, Donald Trump, de prohibir la entrada de musulmanes a su país, si gana las elecciones.

Tres cuartas partes de la población mundial viven en países donde se reprime la libertad religiosa, según datos del informe internacional sobre la situación de la libertad religiosa en 2015. En países como Pakistán, su Gobierno sigue aplicando leyes que, por ejemplo, sancionan con penas que van de cadena perpetua a muerte las blasfemias contra Mahoma. No es literatura: decenas de personas son ejecutadas cada año y otras esperan en el corredor de la muerte. En Sudán, veintisiete musulmanes fueron detenidos en noviembre por disturbios públicos y apostasía. La apostasía es castigada todavía en un 13 por ciento de países. En Arabia Saudí, el poeta Ashraf Fayadh fue condenado a muerte por blasfemia, aunque luego otro tribunal sustituyó esta condena por una pena de ¡ocho años de prisión y ochocientos latigazos!

El último número de la revista Dabiq, del Estado Islámico, manifiesta su odio por los cristianos y les declara abiertamente la guerra... Los diez países donde los cristianos sufren una mayor persecución por parte de los Estados o de los radicales islámicos, con ataques, detenciones y asesinatos, son Corea del Norte, Irak, Eritrea, Afganistán, Siria -se calcula que un 83 por ciento de los cristianos sirios han tenido que abandonar su país-, Pakistán, Somalia, Sudán, Irán y Libia.

China es otro de los países donde a libertad religiosa es una utopía y en otros lugares como Centroáfrica los sacerdotes católicos y los imanes tienen que turnarse para defender a los suyos de los ataques de las bandas rivales.

Hay otros países donde las iglesias católicas estaban pared con pared con las mezquitas. Hoy eso es imposible. Simplemente han sido destruidas. El miedo a morir cualquier día, a violaciones, a perder su hogar o su familia es una constante en la vida de millones de cristianos perseguidos.

El odio contra la religión, sin embargo, crece también en Europa, impulsado por el rechazo de algunos grupos de extrema derecha a la acogida de refugiados. ¿Qué están haciendo los gobiernos occidentales, los que consagran la libertad religiosa en sus Constituciones, por evitar esta salvaje y silente persecución? ¿Qué está haciendo Europa para preparase ante esta batalla del odio que fomentan algunos?

Hay que diferenciar entre el fanatismo y la religión. Hay que luchar contra los fanáticos que se sirven de la religión para establecer una nueva esclavitud y hay que proteger la libertad religiosa, que es uno de los valores y de los principios de Europa. Silenciar la persecución o no luchar contra ella es una manera de colaborar con quienes quieren acabar con los creyentes del signo que sean. Occidente está tolerando un holocausto silencioso e ignora el reto que llega.