La sutileza moral de los tiempos que vivimos me supera. Se ha levantado un coro de voces en defensa de que Arnaldo Otegui pueda presentarse a las elecciones vascas. Defienden su derecho, como es natural, los nacionalistas. Y también Podemos. Por eso no entiendo un carajo. Porque ha sido Podemos uno de los partidos que con mayor energía y contundencia se ha pronunciado contra la corrupción. ¿Está el asesinato de un ser humano por debajo de los chorizos en la escala de valores de Podemos?

La trayectoria de Otegui está vinculada de forma indisociable a la de ETA. Su tardío papel como reconductor de la lucha armada hacia una solución política a la pretensión de independencia vasca es muy de agradecer y probablemente la historia, que es la que hace los mejores juicios. Se lo reconocerá. De momento, lo que tiene es un amplio historial de condenas e inhabilitaciones para ostentar cargos públicos que le impiden presentarse a las elecciones como cabeza de lista de EH-Bildu.

Naturalmente, los independentistas vascos la han liado parda. "No va a haber tribunal, ni Estado, ni Guardia Civil, ni Ejército español que vayan a impedir que concurra como candidato", ha dicho Otegui. Y es normal que lo diga, porque aunque los independentitas vascos han aceptado las reglas de la democracia -entre ellas la concurrencia a las elecciones y el papel político en las instituciones del Estado- sólo lo han hecho de una manera meramente instrumental. Es un avance, que conste. Hay una enorme distancia entre hacer política dando tiros en la nuca a poner el culo en los parlamentos.

Pero lo que es normal en Otegui, que no acepta las reglas y leyes de un Estado contra el que ha combatido y considera ajeno, se convierte en una anomalía cuando se trata del PNV o de políticos de la izquierda española. Pablo Iglesias, más prudente, ha dicho que lo de que Otegui no se pueda presentar es "una mala noticia". Y lo dejó ahí. No como su compañero de viaje, Alberto Garzón, que lo consideró "una cacicada". Ni como la organización de Podemos en el País Vasco, que se pronunció por que sean las urnas quienes decidan los que representen a los ciudadanos. Ni como el PNV, que defiende que sean los ciudadanos vascos, votando, los que decidan a quién eligen y a quién no.

Es verdad que la justicia se ha politizado. Pero ha sido culpa del juego sucio de los propios políticos. La conveniencia política es que Otegui se presente. La ley dice que no puede. Como tantos otros, inhabilitados para desempeñar cargos públicos o ser elegidos. El argumento de que son las elecciones las que legitiman y lavan los pecados es bastante peregrino y peligrosamente antidemocrático. Cualquier terrorista o delincuente, entonces, podría presentarse a concejal de Almendralejo, para absolver sus crímenes en un baño de votos. Es el mismo discurso que se defiende en Cataluña para promover un referéndum secesionista. Es la confusión entre la mayoría electoral como mecanismo de decisión y la democracia como sistema de leyes que regulan la convivencia. O sea, el culo y las témporas.