La entrada de las mellizas en la guardería se vivió en el edificio como un auténtico respiro, aunque para Carmela supuso un trauma tan grande que se pasó la semana sin pasar la fregona a las escaleras. No fue tanto por dejadez como por imposibilidad, ya que la mujer tenía ocupadas las dos manos, agarrando el móvil sin pestañear, con la mirada clavada en la pantalla, y pendiente de cualquier mensaje o llamada. A tal punto llega su obsesión con que les pueda pasar algo a las niñas que, el martes por la mañana, cuando recibió una llamada -que al final resultó ser de una compañía de telefonía-, se puso a gritar como una posesa y la operadora no volvió a insistir, algo verdaderamente digno de estudio en el programa de Iker Jiménez.

-Te tienes que tranquilizar, Carmela, porque vas a ponerte vieja y fea con esos nervios -le aconsejó Brígida, acercándole una infusión de algo raro que olía más raro aún.

-Yo diría que más que por sus arrugas, que esas las trajo de serie, lo tiene que hacer porque, si esto sigue así, vamos a caer todos como moscas por la falta de higiene del edificio. ¿Han visto esa pelusa? -preguntó María Victoria señalando horrorizada a algo que parecía el pelo de uno de los Jackson Five pero sin el Jackson Five debajo.

Hasta el miércoles todo fue bien, pero, ese día, Copyray, el okupa que tenemos en el ascensor, salió del aparato con cara descompuesta y de un color que no está en la gama de los normales. Brígida fue quien se lo encontró en el portal y el hombre le comentó que no se sentía muy bien, así que ella le preparó otra infusión de las raras y permaneció junto a él hasta ver si se le pasaba. Al verlos, María Victoria puso el grito en el cielo.

-Hay que aislarlos. Además de las escaleras, el ascensor también es un foco de infección con ese hombre ahí metido todo el día.

La Padilla, que bajaba con Cinco Jotas, le hizo una seña al cochino para que regresara a casa, no fuera a coger otra gripe.

-No exageres, mujer. Lo único que le ocurre es que está debilitado. ¿No ves que se pasa el día ahí encerrado pintando cuadros? -trató de tranquilizarla Brígida, que, al mismo tiempo, intentaba que el enfermo se tragara la tisana que tenía el mismo aspecto que su cara: verdosa y con grumos. A los pocos segundos, ella también empezó a sentir un malestar. Doña Monsi, que había escuchado la conversación desde el hueco de la escalera y temiendo que él hubiera empezado a propagar lo que quiera que tuviese, ordenó a Eisi que encerrara a los dos y a la pelusa en el ascensor.

En ese momento, el portal se abrió y Carmela entró con las mellizas, a las que había ido a recoger de la guardería media hora antes porque tuvo un mal presentimiento. Las niñas, que no se están quietas, se lanzaron de sus brazos al suelo y salieron gateando hasta donde estaban Brígida y Copy, a punto de ser recluidos en el ascensor. Como no podía ser de otra manera, María Victoria dio la voz de alarma.

-No dejen que vuelvan atrás o de lo contrario moriremos todos. Esas pequeñas bolas de leche pueden infectarnos con sus babas después de haber tocado a esos dos.

-Enciérralas también -le ordenó doña Monsi a Eisi, mientras echaba laca desde lo alto de la escalera, como si aquello fuera a acabar con el supuesto virus.

Al ver aquella escena rocambolesca, Carmela corrió a rescatar a sus mellizas, pero cuando llegó a la zona cero ya no pudo regresar, pues entre Eisi, María Victoria y la Padilla la empujaron junto al resto y la pelusa dentro del ascensor.

Ahí llevan unos días. Lejos de enfadarse, Carmela parece tranquila, porque, en ese cubículo tan pequeño, está pegadita a sus niñas y controla que no les pase nada. Copy sigue haciendo reproducciones, ahora de cuadros de Rembrandt, y cada día se siente más recuperado gracias a los mimitos de Brígida, que se ha enamorado de él. Quien peor lo lleva es la pelusa, que, con tanta humedad y con los litros de laca que echó doña Monsi, tiene un encrespamiento rebelde.

@IrmaCervino

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