Tadao Ando, uno de los grandes nombres de la arquitectura nipona y global, asegura a Efe, en la víspera de su 75 cumpleaños, que "revivir sentimentalmente" sus inicios sigue siendo clave para encarar sus nuevos proyectos.

"Cuando andaba por la treintena tenía poco trabajo", rememora en una entrevista por correo electrónico para repasar una trayectoria que le ha llevado a ganar desde el Pritzker de 1995 a la medalla de oro de la Unión Internacional de Arquitectos en 2005 o la Orden de las Artes y las Letras francesa.

Ando (Osaka, 13 de septiembre de 1941) es un caso atípico, ya que a los 20 decidió colgar los guantes (llevaba dos años ganándose la vida como boxeador) y apostar por la arquitectura, en la que se formó casi exclusivamente como autodidacta.

Su escuela consistió principalmente en viajar y visitar todos aquellos edificios sobre los que leía, especialmente si eran los del francosuizo Le Corbusier.

"Al ver por primera vez una foto de gente reunida en su iglesia de Ronchamp sentí una inspiración instantánea porque vi que la arquitectura es, esencialmente, el acto de crear un espacio donde la gente se reúne para hablar y compartir sus emociones", afirma.

"Cuando finalmente la visité me invadió la sensación de que lo que marca profundamente los corazones de los que entran allí es la inundación de luz que se origina desde multitud de ventanas grandes y pequeñas situadas en diversos ángulos", prosigue.

Así arrancó una carrera que desde entonces ha buscado continuamente dar con una luz "que transmita esperanza", así como concebir entornos integrados con los elementos naturales que promuevan "la conversación y el contacto mutuo".

El primer lustro de vida de su estudio, ese en el que hubo "poco trabajo", estuvo marcado por su debut, "una vivienda de bajo coste para un amigo" en su Osaka natal.

Para no olvidar esas raíces, Ando la acabó comprando y la convirtió en lo que a día de hoy sigue siendo su oficina, un espacio que continuamente rediseña, reforma y modifica en función del volumen de trabajo.

"Siempre me permite volver a pensar en el origen. Puedo revivir sentimentalmente el momento en que empecé a trabajar en arquitectura y eso me permite plantear nuevos proyectos", afirma.

Su primera obra reconocida fue la Casa Azuma, una residencia levantada en 1976 el barrio de Sumiyoshi en Osaka que ya condensa ese estilo suyo tan propio que liga hormigón, luz, agua y aire con una sencillez que se antoja casi primitiva.

A partir de la idea de convivencia e integración con el medio natural que prima en la arquitectura tradicional nipona, Ando se atrevió con ese proyecto a desafiar el principio de "facilidad y comodidad" que reinaba en los entornos urbanos y utilizó un patio para comunicar tres espacios y hacer fluir la luz y el aire.

Ese afán por reducir al máximo la necesidad de usar sistemas de aire acondicionado "se origina en el patio de Azuma" y ha sido plasmado por Ando en grandes espacios de uso público como la estación tokiota de Shibuya para la línea ferroviaria Tokyu Toyoko, que firmó en 2008.

Las decenas de proyectos que le surgieron en Japón después de Azuma (desde la unidad habitacional de Rokko en Kobe hasta la Iglesia sobre el Agua y la Iglesia de la Luz en Hokkaido e Ibaraki) lo convertirían en una referencia mundial, aunque su primera oportunidad para trabajar fuera no llegaría hasta la Expo de Sevilla en 1992, donde levantó el pabellón de Japón.

"Tengo la obra de Sevilla muy arraigada en el corazón. Para mí fue un gran desafío construir un gigantesco pabellón de 30 metros de altura de madera, y además en España, cuya base cultural está en la construcción de piedra. Sobre un trabajo siempre planea el fracaso, pero si uno tiene miedo al fracaso nunca puede plantearse desafíos", evoca.

El espectacular pabellón -hasta esa fecha, la mayor estructura construida jamás en madera- llamó la atención de Luciano Benetton, para quien acabaría restaurando y ampliando en 2000 la villa de Treviso que aloja el Fabrica Research Center.

Ando reconoce que, a su vez, aquel trabajo le condujo a proyectos como la rehabilitación y transformación del museo de Punta della Dogana en Venecia, financiada por el coleccionista francés François Pinault, con quien trabaja también ahora para la recuperación de la Bourse de Commerçe parisiense, que debería quedar inaugurada como museo en 2018.

"Bajo el mismo concepto de Punta della Dogana estoy pensando en concebir un universo donde lo antiguo y lo nuevo convivan. En Japón los edificios nuevos se tiran al poco tiempo y es cada vez más difícil dejar un legado a la próxima generación, pero no así en Europa. El proyecto va ser realmente difícil, pero quisiera contribuir, aunque sea una poco, en este maravilloso proceso de transmisión", opina.