Era 17 de septiembre de 1953 cuando conocí al bueno de Víctor Padrón, que fue mi segundo amigo en mi regreso a la isla tras un periplo de más de once años en la península. Conocí primero a su hermano Sergio porque coincidimos en el buque Villa de Madrid cuando embarcamos en Cádiz. Él venía de licenciarse de sus obligaciones militares, y nada más pisar tierra me presentó a su familia, entre los que estaba Víctor. Han pasado nada menos que 63 años, toda una vida, y todavía recuerdo la cara de ambos, la emoción del que aguardaba en tierra, y la alegría del que llegaba, que no espero a que terminaran de colocar la escalera de bajada y se lanzó al muelle soltando un: ¡Tierra Canaria!

A lo largo de los años he mantenido con ambos una relación amigable y cordial, aunque me llevan cuatro y cinco años. Víctor anda diariamente por la zona centro arrastrando sus 85 años, pero siempre con ilusión e inquietudes. Su parada preferida es en la Cafetería Atlántico, donde toma café y participa en una agradable tertulia que trata sobre todo de la historia de Santa Cruz. Siempre ha sido muy aficionado y casualmente estuvimos hablando el otro día largo y tendido sobre el tema y me recordó unas cuantas anécdotas, pues como ya he contado en otras ocasiones, en una época de mi vida fui repartidor de clichés en películas de estreno, por lo que me ganaba unas pesetas por llevarlos directamente a las cabinas de cine y aprovechaba para ver las películas. Si algún joven no sabe lo que es un cliché, posteriormente lo llamaron diapositivas, y con el paso de los años se convirtieron en transparencias, como me dijo una vez un peninsular finolis que vino a la empresa a presentar productos al equipo de ventas. Me quedo con lo de diapositivas, y aprovecho para subsanar un error que cometí en otro comentario sobre el cine, en el que denominé al Baudet cadena, y dicen que lo correcto era circuito.

Entre las curiosidades que me contó, está la de don Elio Díaz, propietario del cine San Sebastián, frente a la recova, quien le relató que un comerciante de tejidos con tienda en la calle Castillo le propuso pasar unas diapositivas publicitarias en el descanso de las tres funciones, y que don Elio, sorprendido, le planteó con ironía que él pasaría al día siguiente por su tienda para llevarse cinco o seis metros del mejor paño.

Otra anécdota fue la ocurrida en el cine Numancia con el estreno de una película mejicana de 1952, cuyo éxito fue tan clamoroso que la cola para entrar bajaba por toda la calle y giraba varios metros hacia la Rambla. Se titulaba "El derecho de nacer", y sus protagonistas eran Jorge Mistral, famoso actor valenciano, y Marta Roth. Se debió a ciertas connotaciones políticas de la época.

Ya hablé en su momento de los cortes en las proyecciones para repetir las de canciones de moda, como ocurrió en el cine Rex con la célebre canción "Granada" de Agustín Lara, que interpretaba Mario Lanza. Según Víctor, pasó los mismo en el Teatro Baudet, y años después se repitió con "Los últimos de Filipinas" de 1945, con la bella melodía "Yo te diré".

Con la publicidad en el cine se creó mucha polémica, pues la mayoría de anuncios iban dirigidos al consumo femenino, salones de peluquería, venta de tejidos, productos de cosmética, moda... El público masculino adicto al tabaco tenía un lugar para fumar, ya que las mujeres en esa época eran criticadas por esos menesteres, por lo que se quedaban sentadas en la butaca. Años después dejó de estar mal visto, y también se las veía en los lugares acotados junto a los caballeros.

Una particularidad en las salas fue la implantación de la prohibición, tanto para mujeres como para hombres, de usar sombreros, pues aumentaban las quejas de espectadores afectados por la mala visión. Acabó poniéndose en pantalla: "Prohibido el uso del sombrero y prohibido fumar dentro de la sala". Así se zanjó la polémica.

Recuerdos de una hermosa época, en la que señoras y caballeros vestían sus mejores galas, sinónimo de distinción, para disfrutar de una velada de cine.