Tras los atentados de París y de Niza, una persona tan responsable y tan equilibrada y razonable en sus apreciaciones sobre cuanto ocurre en la sociedad en la que vive -como sin duda lo es Rafa Nadal- aseguró que sentía pena, tristeza y frustración por lo sucedido en dichas ciudades; que había que recordar a las víctimas y apoyar a sus familiares, colaborar con las autoridades y, sobre todo, había que hacer un frente común contra el terrorismo, dejando a un lado el miedo y siguiendo cada ciudadano con su actividad normal.

Es difícil, evidentemente, pero es lo que hay que hacer si no queremos caer en la depresión y en la angustia del que se siente culpable por algo que no ha hecho. Efectivamente, el que evadamos salir a la calle o volver a la rutina de disfrutar de nuestras vacaciones es el objetivo de los terroristas, por lo que encerrarnos en nuestro hogar es una decisión propia de autodefensa, probablemente engañosa. Por ello, según el doctor en psicología J.Guillermo Fouce, para combatir el miedo "hay que racionalizarlo, pensar quién se beneficia de él, reduciéndolo a lo absurdo y, en última instancia, enfrentándonos al temor, mirándolo a la cara". Es evidente que, en caso contrario, ellos ganarán.

La industria turística se ha convertido en muchos países en una víctima más; y lo es porque nada ni nadie está exento de convertirse en el objetivo de sus viles atentados; es un hecho que por desgracia se ha convertido en una siniestra cotidianidad que afecta a personas "como nosotros". El problema surge cuando el miedo comienza a condicionar nuestro modo de vida y planeamos nuestras acciones presentes y futuras -como el hecho de proyectar un viaje o unas vacaciones-, en función de un "mapa del terror" que ha comenzado a expandirse por medio mundo.

El miedo es libre; eso dicen. En definitiva, no deja de ser una sensación o sentimiento primario, brusco y desagradable, provocado por la apreciación de un peligro inmediato o no, que se deriva de la normal aversión que tiene el ser humano frente al riesgo o la amenaza que le puede suceder a él mismo o a su familia. El peligro es que muchas veces, demasiadas, el miedo es contagioso; sobre todo cuando se convierte en pánico, ya que el raciocinio desaparece y nuestras decisiones y acciones terminan muchas veces condicionadas por la distorsión de la realidad.

Hará pocas semanas "una broma aparentemente divertida" -llevada a cabo por unos turistas alemanes en Playa de Aro-, disfrazada de una "perfomance" multitudinaria que simulaba una persecución de una serie de fans y de fotógrafos a alguien que se suponía famoso, donde se mezclaron las carreras y los gritos, dio pie a que algunos turistas que paseaban plácidamente y que nada sabían del asunto confundieran dicha broma con una situación de peligro y, llevados de un miedo irreal, entraran en pánico (incluso hubo quienes creyeron oír disparos). El resultado fue decenas de heridos, ataques de ansiedad, magulladuras y golpes por doquier.

Hará de esto pocos días, en un hotel situado en un lugar idílico de Fuerteventura, una empleada del equipo de animación se paseaba por las piscinas del hotel invitando a los tranquilos huéspedes que se tostaban al sol a que se sumaran a la actividad que en breve se iba a iniciar, y que no era otra cosa que una inocente competición de tiro. El caso es que la animadora llevaba consigo el instrumento protagonista del supuesto entretenimiento: el fusil. En cualquier circunstancia esto no hubiera sido noticia; no debería serlo; pero "alguien" que la vio de lejos portando el arma sintió miedo, entró en pánico y salió corriendo gritando y contagiando su temor a los demás turistas que la rodeaban. El susto fue casi generalizado.

Ese miedo es el que puede paralizar todo un mercado. Es la victoria del miedo.

macost33@gmail.com