A pesar de una participación ligeramente más baja -o quizá por ella-, el PP ha ganado con holgura las elecciones en Galicia, confirmando que allí tiene una de sus más fieles reservas de voto. El resultado es incluso mejor de lo esperado y adelantado por los sondeos: Feijóo ha mejorado el porcentaje de votos y cuenta con apoyos suficientes para gobernar desde una cómoda mayoría absoluta, frente a un PSOE que pierde más del diez por ciento de sus propios seguidores y es sobrepasado por En Marea.

En el País Vasco la situación es más compleja, como ocurre siempre en una región caracterizada desde la Transición por la existencia de muchas siglas en disputa. El PNV gana las elecciones, lejos de la mayoría absoluta, pero mejorando sus posiciones. Bildu, que sigue de segunda fuerza, retrocede sin embargo ante el empuje de Podemos, que -sobre todo- golpea al PSOE. El PP pierde fuerza y también retrocede, lo que vendría a demostrar que la moderación del PNV en materia nacionalista resulta atractiva para quienes -desde posiciones conservadoras- se negaban a dar su voto a una formación que coqueteaba con el independentismo. Urkullu será presidente gracias a un probable acuerdo con el PSOE. Lo habría sido aunque no sumara votos suficientes para una mayoría absoluta entre los dos, porque el sistema para elegir al presidente del Gobierno Vasco impide el bloqueo. Se pensó para una situación política de multipartidismo como la que hoy bloquea la elección del presidente del Gobierno nacional, y -en caso de que no se produzca acuerdo de la oposición en torno a un candidato- se convierte en presidente el que más votos recibe en el Parlamento. Luego se las tendrá que ver con los partidos para articular un programa de gobierno viable. Con ese sistema no andaríamos por España en riesgo (bastante probable) de enfrentarnos a unas terceras elecciones.

Un riesgo que podría reducirse si el PNV, una vez superada la espera táctica impuesta por las fuerzas políticas ante estas dos citas en las urnas, acepta apoyar cualquiera de las opciones hoy bloqueadas: la candidatura de Rajoy o la de Pedro Sánchez, que en las últimas semanas vuelve a plantearse, en un formato que incorpora fuerzas políticas no constitucionales. Es cierto que lo que más preocupa hoy a los españoles es desatascar la situación de bloqueo.

En ese sentido, el PP ha obtenido fuelle con su victoria en Galicia, y el PSOE ha retrocedido considerablemente en ambos territorios. Sería falsear la verdad no recordar que el fenómeno de Podemos y sus mareas no había hecho aún aparición en las últimas elecciones regionales, y que eso condiciona el retroceso del PSOE. Pero el hecho es que estas dos elecciones confirman la acusada tendencia de los socialistas a perder peso en las elecciones. No está el PSOE desde luego en su mejor momento electoral. Lo razonable sería asumirlo y evitar exponerse a arriesgadas operaciones -como la alambicada candidatura de Sánchez a una segunda investidura-, contrarias a lo que es su tradición política y su compromiso con los votantes. Y que los resultados de las elecciones en el Norte no avalan.