Norteamericanos e ingleses a lo largo de toda su historia y en parte de ella franceses han vivido muy cómodos con estrictos sistemas mayoritarios de representación. En Francia con la segunda vuelta o "ballotage" las elecciones se dirimen entre los dos más votados.

El sistema mayoritario, a diferencia del proporcional estricto o corregido, comporta que los que ganan se llevan todos los votos. Exactamente igual que en la mayoría del entramado de la sociedad civil: clubes, asociaciones o grupo de cualquier índole. Que el sistema es bueno no admite duda, y además lo muestran las formas organizativas de base. Es funcional, cohesionado, operativo y evita guerras de alianzas o boicots y desgobierno. España ahora.

La singularidad de España no es que no lo adopte, cuando las grandes democracias lo tienen establecido y avalado por las mayores antigüedades, sino que nadie hable del sistema de representación mayoritaria. Es en este punto donde la cuestión merece interés. Nada digamos con la que está cayendo. En España hay cosas de las que no se hablan. Como si fuera un mago, Zapatero logró reverdecer todo el cainismo, intransigencia y exclusión (por pecado) que atesoraba dormida nuestra tradición más ominosa.

Entre nosotros, como trasfondo cultural y psicosocial (Jung: arquetipos e inconsciente colectivo), rige el asambleísmo, la barricada, el sectarismo, la controversia extrema, que la representatividad mayoritaria frustraría de raíz. Aunque en España tendría mucho más predicamento la democracia directa o asamblearia. A la vieja cultura de izquierda, sin ir más lejos, le chiflan los organismos populares, los contrapoderes ("la calle", "el pueblo", la movilización) al margen de la democracia representativa. Es esa la democracia de minorías activistas dispuestas a representarse no a ellas solas, sino "mayoritariamente" a todos los demás ("el pueblo"), sin que estos hayan intervenido. El izquierdismo con sus asambleísmos, movilizaciones..., siempre persigue mayorías por usurpación de una representación no conferida. En realidad siempre han preferido un sistema mayoritario no democrático de representación. Cuando menos paradójico.

Entre lo no susceptible de debate está la eventual crítica y autocrítica del pretendido anhelo oceánico de la sociedad española de forzar una cultura política de pactos, concesiones, diálogo, concertación, como la inexorable ansia de ausentarnos del mundo global y la realidad económica.

Así atendemos grandes cuestiones de Estado y Santo Oficio: Soria, Rita...

Si España tuviera una tradición y cultura integradora, representativa, eficaz, de la política como gestión, como poco ya habría salido a debate el sistema mayoritario. Valladar democrático contra vetos, estigmas nominalistas, zambras inquisitoriales, rugido de trincheras.