Hay veces que ocurren cosas importantes que tapan el ruido: ayer, en medio de la bronca monumental por Granadilla, con Coalición buscando a la desesperada un interlocutor en el PSOE, con Julio Cruz diciendo medias verdades (como suele), y Nicolás Jorge queriendo irse, con los concejales censurantes a su aire y Barragán a punto de aterrizar en la vida privada, ocurrió algo más importante que Granadilla y que el pacto y que el Gobierno. Algo que tiene que ver con gente real que sufre, con miles de personas que esperan una solución o un remedio a sus problemas más urgentes y agobiantes, que son los que tienen que ver con la salud. Después de un mes de tensiones y conflictos -vaya mesecito este- a cuenta del exceso del gasto en Sanidad, el Gobierno ha decidido firmar la paz con los sanitarios, comprometiéndose a garantizar que no haya recortes, e incorporando un aumento del gasto de aquí a final de año, aportando quince millones de euros extra. Quince millones que no caerán sobre el déficit, porque saldrán de los ahorros del adelanto de cierre presupuestario. Fue como ver un conejo blanco salir de una chistera.

Reunido ayer por la mañana con los gerentes de los hospitales y centros de salud y con el consejero Morera, Fernando Clavijo escuchó la retahíla de quejas y miedos que acompañan el recorte de diez millones en Capítulo 1 (sueldos viejos y nuevas contrataciones) que se pidió a los gerentes aplicar este año. Ellos habían llegado a la reunión con su enorme lista de operaciones bloqueadas, consultas que no podrán realizarse y pruebas diagnósticas condenadas al olvido. Un cuadro muy muy sombrío. Y Clavijo puso entonces sobre la mesa su secreto de los últimos días: ante la amenaza de guerra abierta en la Sanidad pública, el Gobierno quiere reconducir el conflicto sanitario, y para eso hizo las cuentas del cierre. Para evitar el colapso anunciado en hospitales y centros. Cree Morera que con esos quince millones -cinco más de los que se quería ahorrar- dará para hacer antes del 31 de diciembre hasta 3.400 intervenciones quirúrgicas más, 14.000 consultas más y 15.000 nuevas pruebas diagnósticas. Treinta y pico mil personas más, por fin atendidas. Un compromiso que habrá que vigilar, porque a lo peor es cierto que en Sanidad el dinero es sólo uno de los factores importantes -incluso el más importante, pero no el único- para que las cosas ocurran como deberían ocurrir. Fue esa, sin duda, la noticia más feliz de este extraño mes de septiembre que empezó tan raro y acaba aún más raro. Pero probablemente no la escuchó ni el portavoz de UGT que aún ayer tarde amagaba con una huelga general en defensa de una Sanidad que ya no necesita huelgas, sino abrir quirófanos y atender pacientes que esperan.

Hoy -si explota Granadilla y el Gobierno finalmente se quiebra- la paz comprada en los hospitales para desatascar tanto sufrimiento amontonado durante años sólo merecerá algún comentario en las tertulias, algún apunte en medio de la gresca, alguna noticia esquinada en el periódico o en la tele. Una noticia clave pero sin audiencia, una mañana de finales de septiembre, mientras las cámaras y los micros buscaban a Julio Cruz por Granadilla o a alguien que diera la cara por el PSOE en cualquier rincón de Canarias, alguien que quisiera negociar más allá de los guasap, alguien que explicara qué está pasando para que en esta región un gobierno puede romperse no por la agonía de Sanidad, sino porque siete incendiarios se lanzaron a la guerra a su riesgo y ventura en un pueblo del sur de Tenerife.