Julio Cruz dio por roto el pacto de gobierno en Canarias. Eso ya era una señal clara de que podría salvarse, porque suele suceder lo contrario de lo que el secretario general del PSOE canario prevé. Si hoy existe un pacto alternativo al actual en Canarias es porque existen tres diputados socialistas de la Asamblea Socialista Gomera. Con la operación para echar a Casimiro Curbelo del partido, por estar imputado judicialmente, el aparato socialista hizo un pan como unas tortas. No deja de ser una curiosa ironía política que el argumento que utilizó el PSOE para echar a Curbelo de las listas sea exactamente el mismo que los nacionalistas de Granadilla manejaron como fundamento de su moción de censura contra González Cejas, mientras el PSOE defendía lo contrario. Cosas veredes, Sancho.

Los socialistas tenían que decidir ayer entre la pulsión visceral de mandar a tomar por saco a Coalición o la reflexión de permitir que siga el pacto de Gobierno regional, pero dando por finiquitado los acuerdos locales, que es lo mismo pero a largo plazo. Eligieron la muerte lenta. Y dieron una patada a seguir hasta la convocatoria de una comisión regional para que se las ventilen ellos con el pescado podrido. La agonía del moribundo se va a prolongar un tiempo más, pero todo el mundo es consciente de que esto parece irreversible.

La prolongación del pacto con respiración asistida tenía beneficios secundarios, aunque fuese por poco tiempo. Serviría a algunos críticos para elevar el tono con los nacionalistas y matar dos pájaros de un tiro: incomodar a Clavijo y debilitar a Patricia Hernández situándola en una fotografía imposible: estar en el gobierno y en la oposición al mismo tiempo. La ruptura del pacto, para quienes lo tenían pensado, no debía ejecutarse de golpe y porrazo, sino a través de un lento desgaste que resultaría dañino para todos pero especialmente incómodo para la vicepresidenta. Pero el ser humano propone y la cruda realidad dispone. Y ayer dispuso que los problemas del socialismo canario se volvieran canijos.

Que la cúpula del PSOE volara por los aires en Madrid fue el perfecto escenario para que la mejor decisión de los socialistas canarios haya sido quedarse paralizados como un conejo en medio de la carretera, deslumbrados por los faros de una realidad abrumadora. El enfrentamiento entre el secretario general, Pedro Sánchez, y un amplio sector crítico se ha convertido ya en una guerra abierta que se escenifica frente los estupefactos ojos de toda la sociedad española. Ante el ruido de la explosión del partido en Madrid, lo de Granadilla se convirtió en un petardo de la fiesta del pueblo.

Pedro Sánchez no sólo ha perdido cuatro elecciones, además ha roto la unidad de un partido centenario, abierto en canal por una guerra intestina sin precedentes. No es que el pacto en las islas esté en crisis, es que lo está todo el socialismo español. Por eso los canarios, a pesar de los focos que se acercan, se han quedado quietos parados. Del susto, mayormente. Porque ya no tienen que resolver un problema, sino dos. Y el segundo es bastante más gordo que el primero.