La guerra siempre es sucia. Pero cuando el enfrentamiento político llega a ese escenario hace realidad la famosa frase de que los adversarios están enfrente y los enemigos se sientan al lado. La crisis del pacto de Gobierno en Canarias se ha diluido en un ámbito mayor, que es el hundimiento del PSOE.

No es posible abstraer lo que decidan los socialistas canarios del enfrentamiento interno que hay abierto en el partido, que, a su vez, cuelga de la gran batalla del secretario general, Pedro Sánchez, por salvar su liderazgo aun a costa de destruir el partido. La gran cuestión es que un enorme número de líderes territoriales del PSOE no están dispuestos a suscribir un Gobierno que suponga una alianza con fuerzas que propugnan la ruptura del Estado. Uno de los hipotéticos aliados futuros de Pedro Sánchez, el presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, ha convocado un referéndum de autodeterminación para el próximo año. Un acto que vuelve a elevar la temperatura en el enfrentamiento territorial en España y evidencia la fragilidad de los acuerdos que quiere recabar Sánchez para su posible candidatura.

La dimisión en bloque de 17 miembros de la ejecutiva federal socialista marca un antes y un después en la guerra interna del PSOE. Ya no es una pugna interna, sino un asunto público cuya trascendencia sobrepasa los intereses estrictos de la militancia socialista y afecta a la estabilidad del actual modelo de Estado. Una crisis que Pedro Sáchez quiere sortear por la vía asamblearia, para que sean las bases del partido las que le otorguen la legitimidad para seguir con sus planes.

En Canarias, el efecto de estas ondas de choque también afectan a la vida y las decisiones del partido. La vicepresidenta del Gobierno, Patricia Hernández, ha vivido prisionera de la paradoja de estar en el Gobierno mientras una parte de su propio partido actuaba como si estuviera en la oposición. Los ataques y críticas a las disfunciones del pacto, que se magnificaban, no perseguían tanto la confrontación con los nacionalistas como el puro desgaste de Hernández en clave de hacerle perder simpatías y votos en una futura sucesión en la secretaría general del partido.

La solución del problema de la moción de censura de Granadilla -o mejor dicho, la falta de solución- se puede interpretar malévolamente también en esa clave. Ninguno de los dos partidos fue capaz de poner acuerdos viables sobre la mesa que impidieran la crisis municipal, al contrario de otros municipios en los que funcionó la negociación entre las cúpulas firmantes del pacto. La trascendencia que se le ha dado a la crisis puntual en un municipio ha sido tal que el PSOE se hizo rehén de un discurso apocalíptico, cerrándose las puertas a cualquier otra respuesta que no fuera la ruptura del pacto y la vuelta al desierto de la oposición. Trasladar la decisión al comité ejecutivo regional no ha sido más que ganar tiempo y retrasar lo que parece inevitable.

Mariano Rajoy, sentado en la Moncloa, lee el Marca. Y si le preguntan qué está haciendo para ganar las próximas elecciones tiene una respuesta fácil: "El trabajo ya me lo hacen ellos".