A quien amas dale alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse.

Dalai Lama

El buen amor no duele. Quien ama de verdad desea que la persona amada sea feliz, sea libre..., que decida estar con nosotros porque quiere. Lo hace todos los días. Es un compromiso diario. No tiene que ver con contratos de por vida. No es posible.

Y de ahí vienen muchos males. De la dificultad humana con el cambio. De pensar que las emociones se pueden garantizar eternamente. O siquiera por un período de tiempo determinado. La soberbia de las personas es así de infinita.

Esta confusión lleva a muchos de los problemas que terminan experimentando algunas relaciones amorosas. Los celos, la dependencia emocional, el maltrato y otras aberraciones que se asocian a las mismas pueden conseguir que nuestro amor se convierta en un auténtico calvario del cual no sabemos cómo salir.

Los celos, un trastorno que no sólo se asocia con la relación amorosa, es visto con cierta benevolencia por la sociedad. Se aceptan como algo que, incluso, demuestra que somos queridos. Que quien los manifiesta lo hace porque nos quiere.

Nada más lejos de la realidad. Este trastorno psicológico se deriva, entre otras muchas cosas, de lo comentado anteriormente. Vivimos la relación amorosa como una posesión. Algo que implica que la persona que amamos renuncia, para siempre, a ciertas áreas de su libertad.

El origen de los celos en el amor suele venir determinado por la creencia que este es una posesión. Que estamos adquiriendo a alguien. Que nos pertenece y que todo lo que sienta debe estar condicionado a nosotros. La falacia de la media naranja o incluso de la costilla ha hecho mucho daño en la literatura amorosa. Percibir que nuestra felicidad depende exclusivamente de otra persona nos puede hacer, paradójicamente, tremendamente infelices.

Los celos, que no sólo se viven en el amor de pareja, son una patología. Por mucho que las canciones, el cine o la literatura nos lo hagan vivir como algo relacionado con la pasión romántica.

Este trastorno provoca infelicidad a ambas partes. Quien lo siente no es consciente de lo que ocurre y lo vive como algo casi obligatorio en la relación. Quien lo padece termina viendo cómo su mundo social se estrecha cada vez más.

Ser conscientes de esta realidad es algo que puede resultar muy útil si queremos tener una relación sana y que se base en la confianza mutua y renovable. Los celos pueden parecer una demostración de amor, pero no lo son. Nunca. En ningún caso. De hecho, son todo lo contrario. Manifiestan la desconfianza en la persona que amamos. Además de nuestra baja autoestima.

Por esto, cuando nuestra pareja nos intente poner entre la espada y la pared, bien sea con amigos o amigas que "no le gustan", familiares o situaciones, pidiéndonos que dejemos de verles, hablarles o participar en ellas, quizás ha llegado el momento de replantearnos nuestra relación. Puede ser una magnífica ocasión para trabajar en lo que pueda estar ocurriéndonos, antes de meternos en un peligroso juego de dependencia-dominancia que puede terminar muy mal.

Amarse es compartir nuestra felicidad. En igualdad de condiciones. Como dos naranjas completas, que es lo que somos.

Por esto el amor del bueno, como decíamos al principio, se basa en la libertad. En la aceptación de los cambios. En disfrutar cómo, cambiando ambos, elegimos seguir queriéndonos día a día.