Había comenzado a recogerlos un par de semanas atrás, y ya llevaba unos días instalada en su pequeño piso del barrio de Ofra, pero aún le quedaban algunos juguetes en el ático de Presidencia del Gobierno donde ella y su marido se habían metido tras nacer su hijo el verano pasado. La mañana del domingo 25 de septiembre, mientras arreciaban las llamadas y las cosas se ponían cada vez más difíciles, responsabilizándola a ella de defender una posición blanda frente a Clavijo y Coalición Canaria, la vicepresidencia vistió a su hijo de poco más de un año con el uniforme azul y blanco del Tenerife y lo llevo a ver jugar a su tío a la Ciudad Deportiva en Geneto.

No pudo relajarse mucho, porque recibió continuamente llamadas y mensajes de los suyos, reaccionando a la bronca organizada en Las Palmas por la publicación de las noticias sobre el acuerdo por Granadilla que los socialistas no daban por existente. Ella estaba agotada y muy nerviosa esa mañana. Había decidido pasarla con su hijo, y verse por la tarde en su casa con un amigo y compañero. Pero, sobre todo, había decidido permanecer absolutamente en silencio. No hablar públicamente del futuro del pacto, de su posible ruptura, del Gobierno, de Sanidad ni de nada. Quedarse en silencio y dejar que el PSOE arreglara (o no) lo que hubiera que arreglar (o no). En realidad, estaba harta como nunca lo había estado hasta ese momento. Comenzaba a desear dejar la vicepresidencia y aterrizar en el grupo parlamentario, volver a la oposición, ser la diputada peleona que siempre fue. Esa era la tentación del día.

Las últimas semanas habían sido muy duras, sobre todo desde que Fernando Clavijo abrió con unas declaraciones en Radio Club, en la apertura de temporada, el lunes 5 de septiembre, la caja de Pandora de la sanidad pública. Desde entonces, todo había ido de mal en peor: durante esos días críticos, con Clavijo en pie de guerra y su partido pidiéndole más dureza con él, no había tenido ocasión de hablar ni de reunirse con el presidente del Gobierno. Ni siquiera pudieron hacerlo en las fiestas del Pino, adonde acudieron los dos por separado. A ella le tocó ponerse su traje azul fosforescente de maga eléctrica, y apuntarse al grupo del alcalde de Las Palmas, Augusto Hidalgo. Fue muy divertido, unas risas con los compañeros, pero acabó completamente exhausta. El día después, tampoco pudo ver a Clavijo, que andaba liado en la apertura del Curso Escolar, mientras la consejera Rosa Dávila anunciaba -también en la radio- que el Gobierno preparaba un cierre presupuestario adelantado, y lo vinculaba a la necesidad de controlar el desfase del presupuesto sanitario. El sábado y domingo Clavijo y ella no coincidieron tampoco, pero ya andaban ellos y sus partidos mandándose recados en los medios, posicionándose sobre el gasto en Sanidad. En el PSOE ya se oían voces condicionando la continuidad en el Gobierno a que Clavijo renunciara a recortar diez millones las previsiones. La presión del PSOE más guerrero -sobre todo el grancanario- para que se pronunciara en contra de Clavijo fue muy fuerte, y ella acabó por darse gusto con una ristra de declaraciones muy contundentes, que no sentaron nada bien en el entorno de Presidencia. La guardia de corps de Clavijo veía que la propuesta de reducir el gasto sanitario no solo revolucionaba a los sanitarios, y enfrentaba a Clavijo con los socios del PSOE, sino que era muy contestada en casi todos los medios. Clavijo se quejó a los suyos de no poder dar con la vicepresidenta en todo el fin de semana. Y era cierto, ella estaba acabando la mudanza del apartamento a su piso y no atendió los teléfonos. El lunes 12, una semana justa después de haber abierto la ''guerra sanitaria'', Clavijo se descolgó en Las Palmas, ante un foro con empresarios que le preguntaron por las tensiones crecientes en el pacto, con una bravuconada: "Yo hablo con el jefe", dijo, "no con los medianeros". Hubo risas, claro, sobre todo entre los empresarios. Intentó entonces explicar lo que había querido decir: "Yo formo parte de un partido nacionalista", y "cuando hay problemas hablo con el secretario general de los socialistas, con Pedro Sánchez". Quería dejar claro que sus interlocutores en el PSOE, su socio de gobierno, no eran ni José Miguel Pérez, ni Julio Cruz, sino Pedro Sánchez, con el que Clavijo había firmado personalmente el pacto de legislatura.

La bravata dio alas a una parte del PSOE para lanzarse contra la vicepresidencia. La excusa era la escasa beligerancia contra Clavijo, pero lo cierto es que la chica de Ofra que se fue a vivir a Presidencia había empezado a resultar incómoda para casi todos. Para los ''sanchistas'', que veían en ella una futura secretaria general en la órbita de Susana Díaz. Porque había ganado la nominación a la presidencia del Gobierno, haciendo las mismas trampas que todos, pero con la oposición de Ferraz. Y estaba decidida a ser la sustituta de José Miguel Pérez. Para muchos, era el enemigo a batir, aunque eso costara sacar al PSOE del Gobierno. Se hizo circular el rumor de que ella había alentado el cese de Morera, que había desobedecido las instrucciones del PSOE al aprobar en el Gobierno la Ley del Suelo, y otras cuantas cosas así... Entre los más críticos y locuaces, precisamente, los más afines -al menos de boquilla- a Pedro Sánchez: Gustavo Matos, el diputado ''chanista'' Gabriel Corujo y la presidenta del grupo parlamentario, Lola Corujo, conocida por los suyos como ''Lady birra'', que el día 12 de septiembre, con la bronca ya liada, intentaron llevarla al límite ausentándose de la votación de la Ley de Islas Verdes, sin avisar siquiera a su partido. No eran los únicos que querían romper el pacto y además tenían cuentas pendientes que cobrarle a la vicepresidenta: los alcaldes del Sur de Tenerife, que habían trabado relación con Sánchez de la mano de su amigo y pupilo tinerfeño Héctor Gómez, se habían alejado de ella. La habían hecho candidata, pero ya en el poder les salió rana. No pudo colocar como consejero de Obras Públicas a José Luis Delgado, exconsejero del Cabildo de Tenerife, tradicionalmente enfrentado a Carlos Alonso. Y a cambio metió a la majorera Ornella Chacón, ''la brava'', una señora de armas tomar a la que los alcaldes del PSOE y Carlos Alonso querrían hacer un traje de madera. Y en Gran Canaria, exactamente por el mismo motivo, el control de las adjudicaciones, se enfrentó al grupo de Chano Franquis, que había intentado -también en julio del 2015- colocar por ''ukasse'' de Madrid a una de su cuerda en el Gobierno. Querían forzar que Obras Públicas fuera para Conchi Narváez, la alcaldesa que sacó al PSOE de San Bartolomé de Tirajana, y metió a Pacuco Guedes en las ferreterías de la ''Operación Paraíso''. Franquis, que se ha pasado la vida en Madrid, comiéndole la oreja al mandamás del PSOE que se tercie, logró implicar en su pirueta a Pedro Sánchez, al que le vendió una operación de vieja política casposa como si fuera pura regeneración democrática. La operación de Franquis se frenó minutos antes de la toma de posesión presidencial en el sotanillo de Rafael O''Shanahan, cuando un Clavijo aún cómplice con su segunda aprovechó para leer en público los nombres de los consejeros pactados con Patricia Hernández, antes de que se publicaran en el BOC. Cabreó a todos.

O sea, que estaban las picas levantadas, y todo muy liado aquel día 15, cuando sin aviso previo -como si fuera una jugada de Fernando Clavijo, al estilo de las guerras de La Laguna en las que se divertía taconeando a Javier Abreu-, de pronto van los de Granadilla y presentan la censura. Y abren la crisis de verdad, esa con la que todos amagaban, pero nadie quería. Y han pasado ya diez días, es domingo por la tarde, ya sabe que el acuerdo que evite la censura no va a firmarse hoy, y está muy cansada, deshecha, triste. Esperando en casa a que llegue la visita, colgando twits para sus 18.604 seguidores, con un vídeo de su niño palmeando la mesa, recordándose a sí misma que ahora -cuando parece que todo está ya roto y todos la han dejado de lado- su hijo Romeo es lo más importante.

Continuará mañana:

5.- El final de la cuenta atrás