Es comprensible que a los responsables de Santa Cruz les preocupen los 76 millones de coches que entran cada año en la ciudad. La crónica cotidiana del área metropolitana son las colas de entrada y de salida en las horas punta. Pero ese problema es extensible a Tenerife, que se ha convertido en una Isla-Ciudad. La densidad de la trama edificatoria que se extiende en áreas del norte y del sur vuelca en las redes de comunicación un parque móvil que ha crecido y crecido en los últimos años de forma imparable sin que se hayan ofrecido alternativas de transporte público eficientes.

Los canarios hicimos el canelo cuando se negoció que las islas quedaran fuera del plan de inversiones en redes ferroviarias del Estado. Nuestras carreteras no unen distintas comunidades autónomas, así que no estamos en sentido estricto dentro de las redes de intercomunicación de interés estatal. Las carreteras canarias son insulares y debido a no se sabe qué genialidad negociadora, las inversiones en nuevos viarios quedaron adscritas a un convenio especial que se negociaba entre el Gobierno de Canarias y el de Madrid, que evolucionó a la baja.

Desde hace años el desvelo de los gestores en las islas va siempre corriendo por detrás de la realidad. O lo que es lo mismo, arreglamos los problemas viarios cuando ya tenemos otros más grandes en plena eclosión. Las colas de la autopista del Norte son un castigo infame a los conductores, lo mismo que los colapsos de tráfico que se crean habitualmente entre el aeropuerto del Sur y Adeje. Y la solución a largo plazo no va a ser montar más vías, más autopistas y más carriles. Eso es un apaño a corto plazo. La única solución viable a los problemas de comunicación interior es disponer de un transporte público guiado barato, eficiente y rápido. Y eso se llama tren.

Durante las últimas décadas, desde el gran impulso que dio el Gobierno socialista de Felipe González, la España peninsular ha creado una de las mayores redes de alta velocidad del mundo, en la que se han invertido miles de millones de euros. Al mismo tiempo, se han creado nuevas y potentes redes secundarias de trenes de cercanías que forman una malla de penetración en las grandes aglomeraciones metropolitanas de la Península. En Canarias optamos por la alternativa del transporte por carretera y por el singular sistema de que en cada familia haya tantos coches como personas en edad de conducir. Y por cascarles a los combustibles un impuesto especial que sirviera para ordeñar a los ciudadanos condenados a utilizar el coche como el único sistema cómodo de desplazamiento.

Podemos seguir pensando en que las soluciones a nuestros males consiste en echar más y más piche. Pero es un disparate. Para que los millones de vehículos que entran cada año en Santa Cruz dejen de hacerlo, la única respuesta posible es darles a las personas un transporte rápido y fiable que les deje en las cercanías de su trabajo. Y eso pasa por comprometer al Estado en que se gaste en Canarias lo que nos ha negado durante décadas de inexplicable abandono.