Nieves era firme y entrañable a la vez. Le gustaban las cosas bien hechas y el orden en clase. "Silencio, silencio, silencio", repetía ligera tres veces mientras caminaba entre las filas de mesas. Con ella, que era la de Lengua y Literatura, leímos a grandes escritores y aprendimos a desentrañar lo que en sus libros había. Mi hermana y yo -que los heredaba de ella, y eso me concedía alguna ventaja importante- aún los conservamos repletos de anotaciones al margen, de marcas hechas con lápiz, de mediciones de métrica y rima, de garabatos que ahora reconozco y otros que no sé a cuento de qué venían. Con Nieves aprendimos a zambullirnos en aquellos libros de colección que las editoriales publicaban con diseños iguales y distintos colores para que distinguiéramos a golpe de vista los géneros literarios.

Y con ella aprendimos mucho más. Mi caja de recortes se llenó en esa época del BUP de complicidades simpáticas, de compañía, de inspiración, de afecto. Era de las exigentes. "Celis, eso lo tienes que volver a mirar". Pero también era de las generosas, de las comprometidas. "¿Qué pasa que andas distraída?". Esa clase de docente que mira más allá de lo que ve. Que es capaz de retarte porque apuesta que eres capaz. Y tú te lo crees. Y te ensancha la cabeza y el corazón por igual. Y en realidad está haciendo con su trabajo mucho más de lo que, en principio, cabría esperar. Esa clase de docente que sabe bien que lo que se trae entre manos es tan serio, tan trascendental.

Sé de un profe que me ha refrescado el recuerdo de todo esto. Es Nacho, el profe de Juan. En una carta que ha escrito a sus alumnos para arrancar el curso y de la que extraigo solo algunos destellos, Nacho expresa algo más que una declaración de intenciones. Con un lenguaje sencillo y profundo, el profe invita a los chicos y chicas de su clase a "disfrutar cada minuto", a afrontar "la realidad con fuerza, con decisión, con alegría y con valor", convencido de que crecerán "juntos". Les recuerda que "todos tenemos un don, algo que nos hace diferentes y especiales", que "cada amanecer nos trae la posibilidad de convertirnos en mejores personas". En una posdata final da la bienvenida a los padres y a las madres a quienes les guiña ante el reto de educar: "Lo más difícil y lo más bonito". "La diferencia la hace -dice este docente- vivirlo con pasión e intensidad". Su forma de entender la educación y la vida.

Me parece imposible calcular hasta dónde llega el beneficio que puede sembrar un docente. Cuando Albert Camus ganó el Premio Nobel de Literatura en 1957, sintió que debía dar las gracias a alguien. Camus esperó a que se "apagara un poco el ruido de los días del premio" antes de hablar "de todo corazón", y entonces escribió una carta al "señor Germain", su maestro en primaria. "Cuando supe la noticia -le explica-, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto". El novelista le cuenta a su maestro lo que había sido y seguía siendo para él. Y "corroborarle -dice Camus- que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que puso en ello continúan vivos en uno de sus escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido". Luego, abraza a su maestro "con todas sus fuerzas".

Estaba diciendo que sé de un profe. Bueno, en realidad, sé de muchos profes de estos comprometidos, entusiastas, sacrificados, imprescindibles, a los que apetece abrazar con todas las fuerzas.

@rociocelisr