Fue galardonado con el Nobel de la Paz en 1980, cuando América Latina necesitaba un estímulo internacional para terminar con las dictaduras. El continente y el mundo han cambiado mucho desde entonces, pero la paz sigue siendo un camino por recorrer. Adolfo Pérez Esquivel, invitado de honor ayer en la presentación de la Cátedra Cultural de Agroecología Antonio Bello de la Universidad de La Laguna, piensa que la uniformidad y la falta de diálogo son las principales amenazas para la paz.

¿Qué es lo que más amenaza la paz hoy en día?

Creo que lo que más amenaza la paz en el mundo es la falta de diálogo, de reconocer la diversidad en la unidad. La diversidad es la gran riqueza de los pueblos, no la uniformidad. Con la uniformidad tendemos a los monocultivos, y el cultivo más peligroso de todos es el monocultivo de la mente. Tenemos que tratar de superarlo, de conocernos, todos somos distintos. La pregunta es cómo aprendemos a convivir.

Pero vivimos en la época en la que es más fácil tener información sobre cualquier punto del planeta. ¿No conocemos mejor al otro ahora?

No. Al contrario. La globalización ha globalizado los grandes intereses económicos, políticos y militares, pero no la comunicación entre la gente. Esta sociedad está llena de solitarios y solitarias en multitudes. Hay que pensar cómo recomponemos el cuerpo social para comenzar a entendernos, no discriminar. Yo no veo que eso ocurra hoy con los conflictos que hay en distintas regiones del mundo.

Usted ha estado muy vinculado a los movimientos cristianos de base, a la teología de la liberación. ¿Cree que los actos terroristas asociados a la religión -hoy al islam- son consecuencia de una guerra de religiones?

La religión no tiene nada que ver. El islam es una de las grandes religiones que no busca la guerra; busca la paz, la espiritualidad. El islam no tiene nada que ver con el terrorismo. Es una de las grandes religiones que hay que saber respetar y tratar de llegar a un diálogo interreligioso, que es algo muy importante. La diversidad espiritual es la gran riqueza de los pueblos, no la uniformidad.

El Nobel de la Paz se lo han otorgado a personas o instituciones tan dispares como usted mismo, la Unión Europea, Arafat, Obama... Y ahora al presidente Juan Manuel Santos por el inconcluso proceso de paz de Colombia. ¿El premio funciona más como incentivo para construir la paz que como reconocimiento?

El Nobel tiene que ser un instrumento al servicio de los pueblos. Si no, no sirve. Cuando yo recogí el premio lo asumí en representación de los pueblos de América Latina, no a título personal. Ahora bien, hay algunos premios con los que no estoy de acuerdo. Por ejemplo, con que se le haya entregado a un Kissinger que fue responsable del golpe de estado en Chile, entre otras cosas. Pero el comité nunca está integrado por las mismas personas. Hace poco murió Simon Peres, que también recibió el Nobel, y antes había muerto Yaser Arafat, y no se pudo lograr la paz entre Israel y Palestina. Yo acabo de estar en Colombia, donde se perdió el plebiscito, aunque prácticamente hubo un empate técnico...

¿Debe considerarse válida una consulta donde vota algo más del 30% de la población?

Bueno, tampoco se va a dar marcha atrás con esto. Llevan seis años de trabajo. El problema no es firmar los acuerdos, sino ponerlos en práctica. ¿Qué van a hacer con los siete millones de desplazados internos y los seis millones de colombianos fuera del país? ¿Qué van a hacer para desarmar a los grupos parapoliciales, paramilitares y terminar con los falsos positivos? Han pasado 52 años de guerra: hay generaciones para las que lo cotidiano es la violencia. Hay que hacer un trabajo educativo enorme para desarmar la conciencia armada que existe.

Los acuerdos de paz han sido criticados porque establecen un sistema de justicia especial, diferente al ordinario. ¿Cree que para construir la paz hay que aceptar cierto grado de impunidad?

Ese es el miedo que metieron Álvaro Uribe y Andrés Pastrana en la campaña. La paz no se puede construir sobre el miedo. Tiene que haber una reparación por parte del Estado: juicios de la verdad, como hicieron otros países, Sudáfrica, Guatemala, pero en todos los conflictos los acuerdos nunca son ideales, son los acuerdos posibles. La paz en Colombia va a llevar años, por mucha buena voluntad que tenga Santos, pero es posible, otros países han superado situaciones así.

¿Cómo le cambia la vida a alguien cuando le dan el Nobel de la Paz?

Te abre puertas, pero te pone más en vidrieras. Tienes acceso a lugares donde antes no lo tenías, porque es un reconocimiento internacional, pero lo importante sigue siendo trabajar con los pueblos, con las organizaciones sociales. Ahora estoy trabajando en un proyecto muy grande con la Universidad de Buenos Aires: vamos a crear la Casa de los Premios Nobel Latinoamericanos para dar a conocer lo que se ha hecho en distintas áreas.

Su país ha cambiado mucho desde que en 1980 le dieron a usted el Nobel. Pero, ¿qué le queda por mejorar a la democracia argentina para ser más sólida?

La democracia no se regala, se construye, es un quehacer cotidiano. Tenemos democracias débiles todavía. Tenemos que trabajar sobre democracias participativas: no se vive en democracia porque se vote, eso es falso.

Usted suele hablar mucho de la influencia de su abuela, con la que se crio. ¿Qué efecto tuvo en su lucha por la diversidad y la representatividad de los pueblos originarios?

A mí me crio mi abuela, así que era madre y era abuela. A la abuela le decía yo: "¿Qué vas a hacer cuando seas grande? (ríe). La abuela me decía: "Te voy a contar las historias de mi pueblo, del pueblo guaraní, de la selva". Era salvaje. Por eso me enojo mucho cuando me hablan del capitalismo salvaje, yo no conozco ningún salvaje capitalista (ríe). Los capitalistas son gente que vive en hoteles de 5 estrellas pero no tienen nada de salvaje. Cuando hablan del capitalismo salvaje se insulta a los originarios, a los salvajes. Mi abuela era una mujer iletrada, pero era sabia. La sabiduría no está en aquellos que leemos en los libros, está en aquellos que comprenden el sentido de la vida.

¿Cómo valora la política de Obama hacia América Latina? ¿Se ha notado un cambio?

Obama llegó al Gobierno, pero no al poder. Trató de hacer cosas buenas, pero muchas no pudo hacerlas. La prueba es que me mandó una carta en la que me decía que quería cerrar Guantánamo, Abu Grahib, acabar con la tortura, tratar de tener otra relación con América Latina, levantar el embargo de Cuba... pero que no podía porque el Congreso estaba en manos de los republicanos.