En 1968, Checoslovaquia estaba inmersa en lo que se denominó la Primavera de Praga, un movimiento por la libertad que amenazaba al comunismo oficial. La URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia (excepto Rumanía) acabaron con esos sueños de libertad cuando en agosto de 1968 invadieron el país.

En 2011, Nicolas Cage rodaba en Rumanía "Ghost Rider, espíritu de venganza" una película sobre un motorista en llamas que, a lomos de su moto, recorre el mundo luchando contra la maldad, sin saber que esa lejana Primavera de Praga era la responsable de su presencia en los Cárpatos rumanos. El presidente de la muy comunista Rumanía en esos años, Nicolae Ceausescu, siguiendo el refrán español "Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar", se preparaba para una posible invasión de su país por parte de la URSS por alejarse de su línea política y no haber apoyado la invasión de Checoslovaquia. Así que se radicalizó, buscó aliados como China y Corea del Norte y decidió, entre otras cosas, que necesitaba una carretera que uniese el norte y el sur del país para poder movilizar rápidamente a sus tropas en caso de invasión. El Gobierno rumano puso al Ejército manos a la obra para construir la Transfagarasan: seis mil toneladas de dinamita después, decenas de trabajadores muertos y cuatro años de obras entre la nieve llevaron a construir una carretera que llega a los 2.042 metros de altitud, a su paso por el lago glacial Bâlea, y recorre, durante 90 kilómetros de inusitada belleza, los Cárpatos.

Todos los años procuro visitar la Transfagarasan. El otoño es, probablemente, la época del año en la cual la ruta es más impresionante: los bosques caducos dan la bienvenida al invierno mostrando una gama increíble de tonos rojizos, la nieve empieza a hacer acto de presencia y la carretera, majestuosa, se prepara para hibernar sepultada por toneladas de nieve. El lago Bâlea, en el punto más alto, es solo uno de los lagos glaciales que se pueden ver siguiendo la ruta. El paisaje en este punto es de otro mundo. La carretera y el turismo han hecho que aquí se haya construido un pequeño y bello hotel con una de las vistas más impresionantes que yo haya contemplado jamás y, en ese hotel, en el punto más alto de la ruta y con las vistas al lago Bâlea hago, siempre que puedo, mi parada para pasar la noche.

Esta carretera provoca un efecto perturbador, inquietante; una sensación de irrealidad se apodera de ti cuando la contemplas y notas que esa ruta no debía de estar allí, desafía a la lógica, nadie en su sano juicio diseñaría, proyectaría y, mucho menos, construiría una carretera en medio de esas montañas. La Transfagarasan no busca ningún valle o río que le ayude a trazar su ruta; los ingenieros rumanos decidieron simple y llanamente escalar las montañas y la carretera sube y sube mediante curvas y más curvas, remonta los ríos dando revueltas alrededor de ellos. Al igual que los salmones saltan remontando la corriente del agua, la Transfagarasan salta puente tras puente por encima de los ríos remontándolos. Claro que también hay obstáculos hasta para la carretera más saltarina y entonces los ingenieros escondieron el asfalto bajo túneles. El mayor de ellos, con cerca de un kilómetro de longitud, excavado a dos mil metros de altura, no tiene ventilación: no le hace falta. Las corrientes de aire son tan fuertes aquí, que los ingenieros dejaron a la naturaleza la tarea de limpiar el aire del túnel. A cambio, los coches sienten el empuje del aire, oyes el silbido del viento y la Transfagarasan, normalmente colorida y bella, se vuelve aquí oscura y tenebrosa. Solo cuando ves la luz al final del túnel notas cierta seguridad; probablemente por ello esté prohibido circular por la noche en esta parte de la ruta. Pero esta no es la única limitación de la vía: permanece además cerrada ocho meses al año, desde finales de octubre hasta mediados de junio. Durante ese tiempo, metros de nieve cubren el asfalto y las avalanchas se suceden; los Cárpatos ceden, pero solo unos meses al año, lo que provoca que la carretera conserve su belleza, las montañas mantengan su misterio y el asfalto se deteriore llenando la carretera de baches y más baches.

Llevar un rodaje a estos parajes no es tarea fácil. Hay que trasladar a todo el equipo, buscar hoteles a kilómetros de distancia, tener en cuenta el frío, el viento e incluso la nieve, aunque no vayas en invierno y, si además las secuencias a rodar conllevan coches, persecuciones, riesgo y especialistas, todo ha de estar previsto, planificado y ensayado. A cambio, la naturaleza te premia con un lugar increíble en el que ubicar la acción de la película. Los directores Mark Neveldine y Brian Taylor apostaron por esta carretera para la segunda parte de "Ghost Rider" y, así, la Transfagarasan que nació por obra de la Primavera de Praga y el miedo de Ceausescu a que los soviéticos invadieran Rumanía, la recorre ahora un superhéroe americano, con su moto de fuego, luchando contra la maldad en el mundo: cosas del cine.