Estaba previsto que el juicio de Las Teresitas se convirtiera en un gigantesco escenario para la presentación de las vergüenzas políticas y económicas de la etapa Zerolo, y que -tal y como ocurre en estos casos- al final aquel tiempo no tan lejano quedara globalmente salpicado por todo tipo de pequeñas y no tan pequeñas infamias, y por postreras delaciones y deslealtades, propias del "sálvese quien pueda". Es muy significativo que hasta la fecha eso no haya ocurrido, que aún se mantengan más o menos prietas las filas, y que quienes acompañaron a Zerolo en esos tiempos se hayan mantenido globalmente unidos y sin fisuras. El desfile de testigos y peritos de las defensas, y sus circunspectas declaraciones, son la mejor demostración de que el caso Las Teresitas no ha logrado sacudir aún los cimientos fraguados entonces. La política se ha apartado del caso todo lo que ha podido, y hasta más, pero las viejas complicidades se mantienen.

Quizá eso tenga que ver con el hecho de que antes de comenzar la vista no parecía sencillo demostrar la existencia de delito. Es sabido lo difícil que es probar determinados crímenes vinculados al ejercicio de lo público, sobre todo si no aparece el dinero, y lo cierto es que -con la excepción de a los empresarios, que el dinero se les conoce y supone- y de algunos que sorprendentemente solo han sido testigos en esa causa a pesar de que el dinero se les encontró -estoy pensando en un abogado estajanovista, en algún concejal que escapó de rositas en esta concreta causa y en algún colaborador necesario...-, resulta que al conjunto de los imputados no se les pilló con nada. En algunos casos no habría nada que pillar -estoy convencido de que varios de los que hoy se sientan en el banquillo actuaron de buena fe o por obediencia debida y se han convertido en los chivos expiatorios de esta causa-, y en otros el dinero de origen sospechoso se diluye rápidamente y se le pierde la pista. Si alguno de los actuales acusados fue compensado por los empresarios por sus gestiones con pasta contante y sonante, lo cierto es que -por lo que sabemos hasta hoy del sumario- la policía nunca encontró el parné, a pesar de haberles revisado el fondillo a todos ellos.

Aun así, y al margen de que este juicio concluya o no con parte de los encausados entre rejas, el juicio no está escandalizando especialmente a los chicharreros. En los bares se habla más del Gürtel que de Las Teresitas, y la percepción pública que se impone -a pesar del esfuerzo inusual de los medios por informar, y de la tensión que se vive en la sala y contamina a veces los aledaños del Palacio de Justicia- es que se trata de un asunto antiguo, en el que participaron unos pocos y que no nos afecta colectivamente. Y no es cierto: Las Teresitas se produjo gracias a la confluencia de intereses en torno a unas plusvalías gigantescas. La primera compra a la Junta de Compensación, inducida por una filtración probablemente untada, se pagó con un crédito que ninguna otra entidad distinta de la CajaCanarias de entonces habría concedido: una morterada sin avales ni garantías, prestada por la jerola a una empresa de un consejero de la entidad -Ignacio González- y del ex secretario de su Consejo -Antonio Plasencia-. Y después, la unánime decisión municipal de comprar la propiedad en cuestión por tres veces su valor peritado, y sin prestar atención al hecho de que la playa podía ser de propiedad pública en el momento en que se pagaron por ella 52 millones. Y por último, como consecuencia de ese generoso pago -que endeudó al Ayuntamiento hasta las trancas- y de la recalificación de la otra parte de los terrenos comprados por los empresarios y vendidos a la aseguradora Mapfre, unos beneficios estratosféricos, superiores a los cien millones de euros, que sirvieron para lanzar un partido familiar y nuevo, que cogobernó con Zerolo, paseó por Coalición y acabó haciendo lista con el PP, y que ya no existe...

La operación de Las Teresitas sí cambió esta ciudad. Para mal. Lo que no logró cambiar fue una playa, dejada hasta hoy de la mano de Dios.