Es curioso lo que ha ocurrido con el premio Nobel a Bob Dylan. De pronto, quien no aceptaba la decisión de la Academia Sueca, por las razones que fueran, era un reaccionario en materia literaria. Y no sólo en materia literaria: era políticamente reaccionario, culturalmente un retrógrado y personalmente un imbécil. Por el contrario, se alinearon en seguida entre los buenos ciudadanos revolucionarios aquellos que entendían que el premio a Dylan era lo que tenía que ser, porque, además, ellos mismos habían dicho años ha que eso era lo que tenía que hacer la Academia Sueca, premiar a Bob Dylan.

En medio del premio, claro está, estaba el premiado. Del premiado no se ha sabido nada en esta semana y media que llevamos de revolución o contrarrevolución con respecto a lo que decidieron los académicos suecos. Bob Dylan se ha recluido detrás de un teléfono que no suena y aunque su emblema fue la palabra respuesta (La respuesta está en el viento) no ha contestado a las pesquisas académicas para decir si acepta o no el galardón. Hubo un amago de aceptarlo, en su página web, pero luego se apagó esa lucecita. Mientras tanto, mientras él vaga perdido en las playas de su música (y de sus letras) los humanos seguimos divididos entre los Bob Sí y Bob No como si estuviéramos hablando del Barça y del Madrid o del Ying y el Yang o (también) de la izquierda y la derecha.

Antes de hablar de esa dicotomía, y para que ustedes me sitúen en el lado correspondiente del tablero, les diré qué pienso del Nobel a Dylan. Es un gran músico, un gran cantante, y sus letras son interesantes, poéticas, reflejan estados de ánimo, situaciones sociales, son emblemas en muchos casos de la expresión de nuestra generación, que además han seguido siéndolo de las generaciones que han seguido. A mi personalmente sus letras me parecen equivalentes, y esta no es una comparación peyorativa, ni mucho menos, a las de Félix Grande, el poeta de Blanco Spirituals, que además tenía un gran oído para la música, o a las del José Hierro de Réquiem, que también estaba dotadísimo para la música pero no tenía voz para cantar.

Dicho esto sí quisiera decir algo que pone a Dylan en el sitio en que él ha querido estar en su historia. Ha sido sucesivamente progresista y reaccionario, agnóstico o ateo y rendido a las virtudes de la religión y del Papa, ha escrito a favor y en contra de las ideas progresistas del tiempo que ha ido viviendo y es una de las personas más antipáticas del mundo, a decir de sus compañeros y de sus biógrafos. La santificación de Dylan que ha venido tras el Nobel me parece una de las falacias culturales contemporáneas, obligadas por esta manía de Ying y de Yang, De Ustedes y Contra Ustedes que se manifiesta en nuestra sociedad en el ámbito cultural, político e incluso municipal o familiar. Este es Bueno Porque Lo Digo Yo y aquel es un verdadero desastre.

Ha habido en la historia cantantes excepcionales, como Dylan, por cierto, que al bajarse del escenario (como dice una famosa canción de Enrique Urquijo, de Los Secretos) han sido verdaderos pelmazos, pero su calidad está, ahí arriba, en el podio en el que canta, y a eso hay que atenerse, no a sus características personales o físicas. Y una vez en esto sí conviene decir que si el premio Nobel se hubiera dado por las letras la competencia hubiera sido fortísima, porque Dylan no parece el mejor poeta del mundo; y si hubiera sido por la música..., pues sí, merecería el premio Nobel de música.

En cuanto a la letra, ¿se han fijado que canta en inglés y que en el mundo cantamos sus canciones y las disfrutamos aunque no sepamos esa lengua? Entonces, ¿importa tanto la letra?

Bueno, enhorabuena a Dylan, y a ver si responde.