Como estaba previsto, el Comité Federal del PSOE decidió por una amplia mayoría pedir a sus diputados en el Congreso que se abstengan de votar en la segunda vuelta de la investidura de Mariano Rajoy. En esa segunda vuelta basta con la mayoría de los votos emitidos para lograr la Presidencia. En apenas unos días -desde el Comité Federal del pasado uno de octubre- los socialistas han virado de la posición defendida por Sánchez (el "no es no" que ayer coreaban bajo la lluvia una docena de infatigables afiliados a las puertas de Ferraz) a esta "abstención técnica". Hay quien considera que este cambio es una vergüenza y supone un deterioro considerable de la democracia. Yo pienso todo lo contrario. Nada más concluir las elecciones de diciembre de 2015, en vista de los resultados, comenté que la única salida al bloqueo político español, fruto del desgaste de los partidos tradicionales, del empuje secesionista en Cataluña y de la irrupción de Podemos -un partido con vocación de sembrar la política española de líneas rojas-, era un gobierno apoyado por las fuerzas constitucionales. Supuse entonces que el PSOE estaba dispuesto a asumir el sacrificio político de permitir un gobierno de mayoría conservadora, y que negociaría las condiciones para hacerlo, exigiendo algunos cambios de calado en las políticas sociales y de empleo. Pero el PSOE de Pedro Sánchez prefirió ensayar una mayoría matemáticamente imposible, y tras fracasar en ese ensayo, ir a unas nuevas elecciones, que volvieron a castigar a los socialistas.

Después de esas segundas elecciones, seguía siendo válido el formato de un acuerdo de fuerzas constitucionales, incluso fue la vía propuesta por algunos de los dirigentes más sensatos del PSOE. Pero Pedro Sánchez se negó. Incluso intentó negociar un acuerdo de Gobierno con los independentistas de Esquerra Republicana y lo que antes se llamaba Convergencia. Tampoco sumaba, por lo que la única opción para desatascar el bloqueo eran unas terceras elecciones, en las que todo apuntaba que el PP habría seguido creciendo y el PSOE habría resultado muy castigado. Fue entonces cuando el Comité Federal del PSOE decidió iniciar el proceso que comenzó con la desautorización de Pedro Sánchez y concluyó ayer con el acuerdo de abstención que permitirá a Rajoy gobernar en minoría.

Creo que -visto lo visto- esta era la única opción posible. Personalmente, habría preferido un Gobierno de concentración de fuerzas constitucionales, con un programa para activar la economía, ajustar la fiscalidad, recuperar el empleo, acabar con la corrupción y reformar la Constitución. Un programa inabordable sin una mayoría aceptable por la mayor parte de la nación. Eso no ha sido posible. Apenas se ha avanzado hacia esta abstención, que -al contrario de lo que creen algunos de los partidarios del "no"- no supone el futuro sacrificio electoral del PSOE, sino una huida hacia adelante. Porque la parte del PSOE que ayer volvió a ganar en el Comité Federal no se ha abstenido para prestarle un servicio al país y a sus ciudadanos, sino porque una tercera convocatoria de elecciones lo habría destruido. Lo que ha convencido de aceptar abstenerse a la mayoría de los miembros del Comité Federal socialista no ha sido la situación a la que se enfrenta el país, no ha sido un ejercicio de responsabilidad, sino un cálculo político de oportunidades que a Pedro Sánchez no le interesaba hacer, porque para él lo importante no era ni España ni su propio partido, sino salvarse él mismo. Y todo lo demás le importaba una higa.

El PSOE tiene ahora una legislatura por delante para intentar curar sus heridas, recuperar a sus votantes y demostrarles que hay una diferencia entre la izquierda que puede mejorar las cosas, y esa otra izquierda -unas veces populista, otras marxista- que si llega al poder suele agravarlas.