Vista la deriva de este gobierno aún por constituir, la coincidencia ha hecho que su previsible investidura vaya a suceder en la víspera de la noche de Halloween para los paganos, o en la de Todos los Santos para los católicos. Considerando los tiempos de precariedad en que nos movemos la mayor parte del conjunto de esta sociedad, no nos extrañamos de que este diabólico juego de intereses políticos, perpetrado por los líderes de los diferentes partidos nos haya llevado hacia la única salida del callejón del atolladero calculado, donde cada uno ha trazado su propia estrategia para beneficio personal, sin tener en cuenta todas esas definiciones con las que se enmascara la ambición que justifica el ejercicio del poder absoluto, y consecuentemente la del implacable rodillo de las decisiones. Más o menos esto fue lo último que nos sucedió durante la mayoría absoluta del Partido Popular, después de la ocultación de Zapatero de la crisis que se nos venía encima, y que nos inundó de lleno como un sunami inesperado, camuflado tras el conjunto encadenado y premonitorio de las ondulaciones anteriores. Su resultado ya lo hemos padecido la gran mayoría como para estar recordándolo con terquedad hasta convertirlo en un tópico para justificar errores propios y ajenos, donde los únicos que se han salvado han sido los beneficiarios de información privilegiada dentro del seno de las clases dominantes. Los cuales, y a juzgar por el eterno refrán, se han convertido en afortunados pescadores en aguas revueltas.

De este modo, el imparable calendario vital nos ha traído de nuevo la celebración anglosajona y el mito de Jack Linterna, simbolizado por la calabaza alumbrada con una vela , un hacho o una simple pila eléctrica, y como consecuencia oportunista esta tradición ha generado un desarrollo comercial bastante lucrativo, por ese afán humano de imitar todo lo ajeno y desterrar las propias costumbres por considerarlas menos relevantes. Y es justamente en las vísperas de esta celebración cuando los imitadores de esta representación enmascararán en su teatro del hemiciclo sus intenciones, bajo el aparente disfraz de la votación, en busca de la ansiada mayoría, que obliga a muchos a contravenir sus deseos y respetar la decisión ganadora, que ha optado por la solución menos lesiva para la permanencia y la no disolución de sus siglas, incluyendo el escaño en el lote con sus sinecuras tremendamente diferenciadas del resto de la ciudadanía.

Establecidas, pues, las fechas límite para la investidura del candidato, que ha encabezado la opción aritmética menos mala de las soluciones, pese a los sonados casos de corrupción de su propio partido, va a estar apoyado en segunda votación por el calculado látigo de la abstención socialista, que quiere reorganizarse como el ave fénix en sus nidales de invierno y, por supuesto, si no hay truco previo se posicionará en el trato para negar las propuestas conservadoras y, supuestamente, proponer algunos proyectos de ley más progresistas que contengan el empobrecimiento aún mayor de la ciudadanía; ignorante aún de la amenazadora sombra de los soterrados recortes presupuestarios y, no lo olvidemos, de la quiebra absoluta de la hucha de las pensiones, que si no se formulan medidas afectará a todas las clases pasivas y a los parados familiares que sobrevivan con su apoyo económico.

Sea como fuere, salvados temporalmente los enseres, la previsión de esta legislatura se intuye bastante más fugaz de lo esperado, y lo único deseable es que las decisiones que se tomen -si se aprueban- sirvan para aliviar el calvario de la ciudadanía, incapaz de adivinar el futuro más inmediato de estas escaramuzas partidistas nada solidarias con los administrados.

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