Recientemente, después de más de 30 años, me reencuentro con mi primo Miguel Ángel Suárez, hijo de Daniel Suárez Molina, hermano de mi madre, a quien perdimos a finales de los 60.

El comentario de hoy es para una parte de mi familia materna. Eran cuatro hermanos, dos hembras, ambas casadas con comandantes del Ejército, Cristina, con un gallego, con quien tuvo seis hijas, y mi madre, Soledad, que educó a cinco varones y cuatro hembras. Después estaba mi tío Pepe, persona singular, de carácter alegre, pero algo abrupto, que parecía que siempre te estaba arrestando. Fue como un hermano mayor y disfruté mucho de su compañía. Por último queda Daniel, con quien menos trato tuve, puesto que a la vuelta de nuestro periplo en Jaén, se había trasladado a Los Llanos de Aridane, en La Palma.

De su época en Tenerife solo recuerdo lo que contaba mi madre, que era noble, generoso y que a todo le metía mano. Se casó con una palmera, tía Inés, entrañable y bonachona con quien tuvo cuatro varones y una hembra. Daniel era un romántico y en aquella época de postguerra trabajaba en los talleres de don Matías Molina Hernández, en General Mola, donde tuvieron una vivienda y desde la que sus hijos veían el cine La Paz porque era al aire libre. Allí se impregnaron todos de gasolina y se formaron como mecánicos. Los coches nunca tuvieron secretos para ellos. También fue futbolista, fichado por el Club Deportivo Aceró, se convirtió en una institución, y fue entrenador, directivo y presidente. Defensor de la Lucha Canaria, durante muchos años escribió en las páginas deportivas del Diario de Avisos, sobre todo lo que sucedía en la Isla. Además promovía toda clase de acontecimientos culturales, deportivos, fiestas populares, teatro...

Con escasos recursos creó Radio Suárez y, además de locutor y repartidor de octavillas, publicitaba eventos o fallecimientos desde un coche con amplificadores, como siguen haciendo en muchos pueblos todavía. Un auténtico personaje, muy respetado en toda la Isla, sobre todo en Los Llanos. Sacó a su familia adelante con dificultades y mucho cariño. Solía reunirlos a todos para disfrutar de su compañía, esposa, hijos, nueras, yerno y nietos. Un padrazo, creyente y trabajador incansable, pues legó a sus hijos mucho de honestidad y seriedad y menos de lo económico.

Mi primo Miguel Ángel siguió sus pasos, construyó su casa en el mismo terreno familiar y montó un taller mecánico de coches al que se sumaron sus hermanos. Hoy en día es una empresa modélica de la que se encargan sus descendientes, que extendieron el trabajo a la chapa y pintura, y son reconocidos en la zona. Su nieto se especializó en coches de carrera, así que los motores no tienen ningún secreto para ellos. Están acostumbrados al trabajo duro, y hubo una época en la que también se dedicaron a los pozos y galerías de agua.

Lástima que las familias no estuvieran más unidas, pues fueron pocas las ocasiones en las que estuvieron en casa. Con este inesperado reencuentro me he dado cuenta de lo que tira la sangre. Por distintas circunstancias a veces la vida separa a las personas, la distancia, las obligaciones, las vicisitudes de cada familia.

Pocas veces son las que pude compartir un rato con mi tío. En los primeros años de mi matrimonio, cuando trabajaba para Galletas Himalaya y recorría toda la isla de la Palma, llevaba a mi mujer y siempre nos trataron con cariño. Siempre me encontré con gente que hablaba bien de su familia, tanto él, que era un hombre popular, como sus hijos, todo el mundo los recomendaba y alababan su trabajo: "si quieres arreglar tu coche, en lo Talleres Suárez te resolverán el problema", decían.

Miguel Ángel es la viva imagen de su padre, y ya tiene o está a punto de cumplir los ochenta, pues ambos nacimos en el 36. Tiene piso en La Laguna y suele venir cuando le toca control médico, así que espero que volvamos a vernos muy pronto. Gracias Miguel por este corto pero grato momento que pasamos el otro día. He sido muy feliz al conocer algunas partes de la vida y obra de ese ser tan especial que fue el tío Daniel.

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