La campaña a la secretaría general del PSOE de Pedro Sánchez ha empezado. Después de coger su coche para recorrer España y hablar cara a cara con los militantes, decidió hacer una parada en La Sexta. Y allí dijo varias cosas relevantes. Que sus compañeros socialistas están entregados a los siniestros poderes económicos y mediáticos que no le querían a él de presidente. Que España es una nación de naciones. Y que era, pues, verdad lo que temían los barones socialistas: que para poner el culo en el Gobierno estaba dispuesto a llegar a acuerdos con Podemos y con las fuerzas soberanistas.

La verdadera razón por la que el PSOE se ha desgarrado permitiendo la investidura de Mariano Rajoy se percibe perfectamente en el horizonte de las palabras de Sánchez. Un candidato que está dispuesto a negociar la nación con las naciones, a cambio de su presidencia, está abdicando de lo estructural a cambio de lo accidental. El mayor reto al que se enfrenta España no es la espantosa deuda pública que el gobierno de la derecha ha sido incapaz de contener, ni el control del déficit, ni el futuro en veremos del sistema de pensiones fiado a una hipotética creación del mercado de trabajo... El gran problema es el desafío de los soberanistas catalanes, una toxina que está envenenando la política española de forma irreversible.

Habría que remontarse muchos años atrás, a los años más convulsos del país, para encontrar en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados intervenciones cómo las que se escucharon la pasada semana a cargo de los representantes de los partidos separatistas. Corren tiempos de ruido y furia que llegan como un tsunami a la tribuna de oradores. Cuando un político blandito, como Sánchez, reconoce que España es un Estado plurinacional, solo reza la mitad del padrenuestro. Porque lo que deviene de ese reconocimiento es el derecho de esas naciones a la independencia. Cataluña no sólo quiere que se le reconozca políticamente su carácter nacional, sino que ha puesto sobre la mesa las leyes de desconexión con el estado que le permitan la plena emancipación.

Lo que ha ocurrido en las Cortes españolas es que, por primera vez, los partidos constitucionalistas han formado un bloque. Y han dejado al otro lado de la cámara a Podemos y a los independentistas. Esto ya no se puede leer en clave de derechas e izquierdas -Iglesias tenía razón cuando dijo que eso es ya un juego de trileros- sino en clave de quienes están con el Estado o contra el Estado.

Al Gobierno del PP se le va a exigir diálogo con Cataluña. Es el papel que jugarán los socialistas, que creen en una reforma federal de la Constitución. Pero si los independentistas rompen todos los puentes, ya no habrá un Congreso dividido, prisionero de sus desavenencias, y un Gobierno débil. La noticia es que existe un pacto que se ha forjado sobre la respuesta a la amenaza unilateral de una parte del España que quiere romper con el resto. Esa es la clave que el candidato viajante Sánchez aún no ha entendido.