Imagínese un pueblo en sus festejos mayores, todo el mundo en la calle, que aparcar sea una tarea casi imposible. Pero no es verano ni tampoco una celebración patronal tardía. Ayer, como en los últimos años en la noche de Halloween, la urbanización lagunera de Pueblo Hinojosa -unas viviendas unifamiliares enclavadas entre La Verdellada y Finca España- volvió a transformarse a través de una iniciativa vecinal aún poco conocida, pero que ha ido ganando protagonismo. No es para menos. A quienes adornan sus casas de arriba abajo (literal) con elementos representativos de esta festividad (telarañas gigantes, esqueletos, calabazas, guadañas...) se unen los que van todavía un paso más allá, con "performances" a la entrada, humo o proyecciones. Quince o veinte casos, quizá alguno más. Sorprendente para quien es ajeno a esta costumbre, el resultado toma forma de zona residencial del terror, o una especie de carnaval de finados, en donde este lunes peregrinaban ríos -impedían la circulación del tráfico donde se situaban los mejores decorados- de fantasmas, brujas o muertos vivientes. De distintas edades, casi siempre en familia, aunque sin malas intenciones. Solo querían golosinas.