El Atlético de Madrid sentenció su clasificación para los octavos de final con una victoria agónica contra el Rostov, transformada por el francés Antoine Griezmann y construida desde la insistencia ofensiva, ineficaz y previsible hasta el definitivo 2-1. Cuando el empate parecía inalterable, la aparición del atacante mantuvo el pleno de triunfos en esta Champions, con un gol de un valor incalculable. Por la victoria y porque le deja ser primero antes de visitar Múnich.

No fue un partido nada sencillo para el Atlético. No lo había sido en Rusia (0-1) ni lo fue en el Vicente Calderón. Es superior en todo al Rostov, pero el fútbol demostró que todas las advertencias de Diego Simeone en la víspera tienen un porqué. Ni siquiera le bastó con marcar el 1-0 en el minuto 28. No rompió el partido entonces, en un acrobático remate con la zurda del francés Griezmann, reencontrado con el gol cuatro choques después, porque el Rostov le igualó en la siguiente jugada.

El balón era del Atlético, destinado a un ejercicio de paciencia; las oportunidades casi parejas: un remate de Torres o una sucesión de disparos y rechaces en la frecuentada área rusa, para el conjunto rojiblanco, y un intencionado tiro lejano de Poloz despejado con apuros por Oblak para el Rostov.

Al descanso, 1-1. Y con más artillería sobre el campo. Desde el minuto 56, con Gameiro sumado a Torres, Griezmann y Carrasco, atascado cuando debía desbordar e irrumpir en el área contraria y limitado a lanzamientos lejanos contra una muralla firme sólo derribada en el último minuto cuando todo parecía cerrado al empate con la aparición de su estrella.