"Cristino de Vera, la música" fue el título de la conferencia que Juan Cruz Ruiz impartió en la tarde de ayer en la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna. Una charla en la que el periodista y escritor portuense embelleció el silencio con la misma magia con la que el profesor Eugenio Suárez Galbán, un cubano de raíces grancanarias, dio forma a "Balada de una guerra hermosa". "Cristino es un sonámbulo en vida", cuenta en relación a la pose que suele adoptar habitualmente el pintor tinerfeño.

Cristino de Vera merece más de una charla, ¿no?

Se merece un libro escrito por jóvenes. En Canarias existe un desdén juvenil hacia los grandes del arte. Conservo el triste recuerdo de la inauguración de una exposición de Pedro González, que por entonces ya estaba bastante golpeado, a la que asistió una concejal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz muy maleducada que decidió dar por finalizada la rueda de prensa cuando acabó de hablar. Los periodistas se fueron y dejaron solo a Pedro González, que era el verdadero protagonista de la noticia. Aquella situación me enfadó. Cristino de Vera es un olvidado que ha logrado crear un mundo propio en torno a la fugacidad, que está lleno de reclamos a la tierra y ligado al concepto de isla. Él es una referencia de arena de nuestra cultura terráquea.

¿Qué opinión tiene el periodista, también el amigo, de esa tendencia del artista en cuestión, de alongarse a ese acantilado en el que confluyen vida y muerte?

Cristino se alonga para no perecer; para experimentar la curiosidad de ver qué es lo que hay allí... Él es un resistente. Cristino de Vera lleva diciendo que se va a morir desde que tenía 40 años. Incluso hubo una época en la que creyó que no moriría si comía manzanas y papas fritas con "ketchup". Sinceramente, creo que es un ser que trata de huir del tiempo que en ocasiones opta por estarse quieto para que no lo rozara ni la enfermedad ni la muerte.

Existe una entrevista que lleva su firma en la que el creador le confiesa que "a la cultura había que quitarle la bobería". ¿Cómo puede sobrevivir un ser con este pensamiento en esta sociedad?

La cultura de hoy es una cultura envanecida y banalizada donde los egos han sustituido a la profundidad del pensamiento y a la acción artística. Para mí Cristino de Vera es un filósofo zen, un poeta, un isleño, con todo el aislamiento y soledad que esa condición implica, y un artista de lo que se pierde... Esa cosa puntillista suya es como si quisiera abrazar lo fugitivo. Este no es su mundo. Él está en un castillo que habita con la compañía de Aurora, su mujer... De vez en cuando me llama por teléfono con el deseo de hablar con la otra parte del mundo, que es en la que estamos nosotros. Sin embargo, lo que hace es huir de la muerte.

Pero los silencios que suelen aparecer en sus creaciones contrastan con el ser jovial y dicharachero que conversa compulsivamente.

El silencio de Cristino es una postura; él no para de hablar. Manuel Padorno lo cuenta en un párrafo que tomé prestado para esta conferencia: "No he visto a nadie que hable más que Cristino", escribió.

¿Pero esa fragilidad, que para muchos es fingida, no deja de ser fragilidad?

Yo creo que es una fragilidad simbólica. No es una fragilidad física. Antes comentamos su facilidad para colocarse al borde del abismo para experimentar que se va a despeñar. Pero eso ya le pasaba cuando tenía 40 años... Eso es un estado mental.

Al comienzo de la entrevista se coló ese desdén juvenil que existe hacia las personalidades que han edificado el ADN cultural de esta tierra. ¿Cristino de Vera continúa siendo un gran desconocido?

Le voy a contar algo que sucedía con frecuencia en los años 70... Cristino de Vera vivía en Madrid y yo, de vez en cuando, veía a un señor mayor entrar en la redacción de La Tarde con unos recortes de periódicos peninsulares en los que se hablaba de Cristino de Vera. Le daba los papeles a don Víctor Zurita y de inmediato se ordenaba una nota sobre la exposición que acababa de inaugurar en Madrid. Para mí Cristino era inexistente hasta que lo conocí... En ese momento encontré un portento de creatividad que me relacionó con la literatura y que era todo lo contrario a ese artista isleño que está en Madrid y que uno cree que se ha endiosado. Nada más lejos de la realidad. En las Islas hay más canarios ensoberbecidos que los que viven ahora en Madrid. A veces regreso a casa y me pregunto: ¿Pero yo qué les he hecho a estos? Me marché de Canarias para trabajar. Cristino de Vera nunca se fue de la avenida de Bélgica, jamás abandonó del todo el Club Náutico y tampoco olvidó la Rambla General Franco, que por fortuna ya no se llama así.

Melancolía, silencios, soledad. Todos esos conceptos y alguno más se podrían asociar al pintor de las calaveras, ¿pero qué aprendió al acceder a su universo?

Alegría (silencio)... Parece mentira, pero me quedo con su alegría. Cristino de Vera es mucho más divertido de lo que la gente cree. También bromista. Nunca me he aburrido a su lado. Por teléfono sí, porque como siempre se está muriendo y yo no tengo medicinas para curarlo... Además, yo no hablo de la muerte. Los médicos me han recetado que no lo haga.