El Consejo Ciudadano de Podemos en Tenerife ha protagonizado una dimisión colectiva en protesta por los comportamientos de Mari Pita y la falta de democracia y transparencia en el partido. Se suman así al conflicto de Podemos en Gran Canaria, donde el partido está roto y los dirigentes se cruzan acusaciones de corrupción.

Es verdad que en todas partes cuecen habas, y en la izquierda cuecen de manera más pública. Siempre ha sido así. Podemos se presentó como un partido capaz de cambiar las formas de hacer política y prometió a sus votantes alcanzar el cielo. Después de sorprender en las Europeas de 2014 y amagar con pactos, coaliciones y marcas blancas en las elecciones locales y regionales, pasaron a jugar en primera división nacional y ya nos ofrecen un espectáculo de miserias, conflictos y disidencias similar al de cualquier otro partido. Es un fenómeno generalizado en toda España y muy propio de la izquierda: un viejo axioma asegura que si metes a tres comunistas en una habitación, cuando salen han formado cuatro partidos irreconciliables. El propio Lenin fue crítico con el izquierdismo infantil de los suyos. Stalin fue menos crítico: prefirió fusilar a todo el que iba por libre y aquí paz y en el cielo (o el infierno) una muchedumbre inacabable de muertos por la fe.

Ocurre que -aunque Pablo Iglesias coquetee con la moderación, la socialdemocracia, la transversalidad o los catálogos de Ikea- lo que de verdad le inspira es la creación de una fuerza política leninista, hegemónica, capaz de vampirizar esa izquierda múltiple y plural con la que se le llena la boca, y decidida a asaltar el poder. Los que crearon Podemos crearon un partido leninista en su estructura (los círculos son un remedo 3.0 de los viejos soviets), en su organización (centralismo democrático y liderazgos indiscutibles) y en ese discurso populista e interclasista, destinado a dividir el mundo entre los buenos -yo y los míos- y los malos -todos los demás-, a los que hay que tirar en el basurero de la historia. Podemos es leninista sobre todo en su profunda y constante utilización de las prácticas de la democracia formal (o burguesa, en la vieja terminología) para conseguir el empoderamiento y no soltarlo. Ya han digerido a Izquierda Unida, raptado intelectualmente al débil de Pedro Sánchez y convertido al PSOE en una herramienta incapaz de ganar elecciones a la derecha. Están en el proceso de purga de su propia disidencia interna y linchan ferozmente en los medios y las redes a quienes los cuestionan. Mientras piden "fair play" para ellos, usan el jarabe de palo, la difamación y el descrédito para destruir al adversario.

Podemos despertó muchísimas ilusiones en la izquierda. Atrajo a millones de votantes y a miles de personas que se creyeron el cuento de una revolución participativa, democrática y regeneradora que sanearía la política, la limpiaría y lograría reducir la desigualdad. ¿Qué queda de eso tan solo unos años después? Queda una organización sacudida por enormes conflictos, un liderazgo que comienza a enseñar los dientes, una voluntad uniformadora y centralista, y el discurso repetido de que quien no piensa como yo es mi enemigo.

Quienes hoy protestan desde dentro son gente decente y esforzada. Me recuerdan a Boxer, el héroe orwelliano de "Rebelión en la Granja". Podemos no va a cambiar los vicios y defectos de la política española. Pero sí cambiará a muchos de ellos.