Hay fechas que acaban enredadas en la crónica social de una ciudad por inercia; fechas que conectan presente y pasado a partir de un nombre. Luis J. Duggi y Oria es uno de esos personajes. El salón de actos del Real Casino de Tenerife vivió anoche la presentación de un libro en cuyas páginas se reconstruyen las huellas del último Duggi. Carlos García, Zenaido Hernández e Ignacio Luján son los impulsores de "Luis J. Duggi y Oria. Apellido italiano en la historia de Santa Cruz de Tenerife y su genealogía", un proyecto de Ediciones Idea en el que se filtran aspectos esenciales para entender los orígenes del barrio de El Monturrio.

El acto contó con la asistencia de José Alberto Muiños, presidente del Real Casino de Tenerife, quien ejerció como anfitrión en el devenir de una velada en la que se habló mucho del expresidente de una sociedad que ayer revivió algunos del Santa Cruz de Tenerife que se propuso crecer sobre los márgenes del barranco de Santos. Durante la exposición se fueron amontonando logros -la figura de Luis J. Duggi fue clave en la planimetría, la canalización o el desarrollo del alumbrado y el gas público de la ciudad-, pero también su misteriosa existencia.

Los primeros pasos del apellido Duggi en la capital tinerfeña hay que ubicarlos en el año 1761. Esa es la base de un árbol genealógico que se ilumina en la rama de Luis J. Duggi y Oria y se diluye en los tres nombres de mujeres que en la actualidad residen en el estado de Ohio. Sus pasos, concretamente, se pierden el 7 de noviembre de 1901, día en el que sus restos fueron sepultados en el cementerio de San Pablo y San Rafael.

Carlos García, que ayer apoyó sus tesis con una presentación multimedia, habla compulsivamente de un personaje que ejerció varios años como alcalde accidental de Santa Cruz de Tenerife sin ser elegido como tal. No obstante, se valió de su privilegio como concejal para tomar las riendas del gobierno municipal.

Acaudalado hombre de negocios, con un generoso catálogo de propiedades empresariales y familiares, Luis J. Duggi armó su vida familiar en Cuba -allí existen referencias de una esposa e hijo-, pero nunca hizo pública esa vida durante su estancia en Tenerife.

Conseguidor de mano de obra canaria barata al servicio del Círculo de Hacendados de La Habana, esta actividad -que roza de lleno los cánones de la esclavitud- le sirvió para fortalecer su economía gracias a las operaciones cerradas en plantas azucareras y bananeras. Ese cúmulo de prosperidad, que fue amasando a raíz de las decisiones que tomó como regidor y la rentabilidad de sus negocios, le permitió acceder a un estatus que lo convirtió en presidente del Real Casino de Tenerife y miembro de la Real Sociedad Económica Amigos del País de Tenerife y del Gabinete Ilustrado de Santa Cruz de Tenerife, entre otras sociedades.

Esa parte la historia del apellido Duggi en Tenerife -pilar básico de un enclave urbano para la ciudad- que se pierde con el retorno de Luis Duggi y Oria a territorio cubano, hoy es crucial para entender la prolongación del mismo en territorio estadounidense: su único hijo reconocido, que nunca llegó a pisar Canarias, organizó su vida en Nueva York. Pero en esos viajes de ida y vuelta entre La Habana y Santa Cruz de Tenerife se produjo un dato que es definitivo en la resolución de una vida llena de misterio. Y es que el protagonista de la publicación que anoche se presentó en el Real Casino Tenerife agotó los últimos cuatro días de su existencia en la capital rodeado de miserias. Con una salud que ya vino quebrada del Caribe, en el libro se cuenta cómo una colecta popular tuvo que sufragar el entierro del que había sido el hombre más poderoso del barrio de Duggi.