Me incluyo. He pasado toda mi vida profesional trabajando primero con niños, más tarde con adolescentes y ahora otra vez con niños. Y, sinceramente, creo que como padres lo hacemos mal. Una gran cantidad de madres y padres -o viceversa, más veces-, nos equivocamos con la educación de nuestros hijos.

Cuando empecé a trabajar, recuerdo que algunos padres me criticaban porque casi no enviaba deberes para casa. Incluso, en ocasiones -como suele hacer el español medio, que no sabe de nada pero cree entender de todo- cuestionaban mi profesionalidad cuchicheando entre ellos o protestando formalmente. Al igual que entonces, sigo pensando que el tiempo que se dedica en el aula a enseñar debe ser suficiente para aprender y que, si no da tiempo, entonces hay que replantearse los programas de estudio, no los deberes. Obviamente, soy defensor de realizar algunas rutinas en casa como la lectura diaria, los trabajos en común, como la realización de murales o vídeos o, lógicamente, terminar las actividades que debían ser terminadas en el aula pero que -por pereza o dejadez- no se terminaron a tiempo.

Como he dicho, los tiempos han cambiado. Hace un par de décadas, uno podía dar clase a un grupo de alumnos y daba tiempo a terminar prácticamente todo lo que uno tenía programado. Hoy en día, los primeros quince minutos de clase se dedican a comprobar qué alumnos han traído los deberes o qué alumnos han realizado las tareas del día anterior. Eso cuando traen los libros. Se pierde un porrón de minutos en mandar callar, en comprobar quién hace las tareas, en pedir atención, que no se insulten, que no se levanten sin permiso...

El cambio más significativo es que los alumnos de entonces venían con las normas de comportamiento y la responsabilidad aprendidas de casa. El número de alumnos con conducta desafiante, o pasotas, o que no traen libros, o que son beligerantes, se ha triplicado en la última década.

En los colegios de hoy, la educación es menos necesaria que la domesticación. Incluso alumnos de educación infantil con solo tres años les pegan patadas a sus profesores o a los vigilantes de comedor.

Puede que, no seamos los mejores profesores del mundo. Seguro. Pero es muy difícil ser profesor cuando tu profesión no es valorada ni por los padres ni por la administración. Es muy difícil ser profesor cuando existe intrusismo por parte de toda la sociedad, que se cree capacitada para opinar de educación, cuando tienes que anteponer la enseñanza de las normas básicas de conducta a los contenidos por culpa, precisamente, de la dejadez de unos padres que luego son, irónicamente, los que te juzgan.

Como decía una madre, en mis tiempos -que eran los míos-, los deberes eran cosa de los niños, no de los padres. Mis padres estaban ahí si quería repasar con ellos, pero jamás de los jamases levantaron un teléfono para preguntar a otros padres qué deberes tenía.

Crecí aprendiendo que si me olvidaba el libro era mi problema, así que más me valía traer todo a casa y apuntar bien las tareas. Ahora, agradezco que desde pequeño se me inculcara la autonomía, la organización y la responsabilidad. Sobre todo, crecí respetando a los profesores. Al profesor había que escucharle y obedecerle, punto. Pertenecía a una línea, la de los mayores, que viajaba bien unida en nuestras cabezas. No había bandos: padres y profesores, profesores y padres: teníamos que respetar a ambos por igual.

En esta sociedad, llena de Kardashians, gran hermanos y demás horrores, prefiero que los modelos de mis hijos sean sus profesores. Si considero que mis hijos tienen demasiados deberes pediré una tutoría. O dos, o tres. Intentare entender, junto con el profesor -esa es la clave-, qué está fallando en clase, por qué no se consigue avanzar en las horas del cole o por qué es necesaria esa carga semanal. Lo más importante, es que en la cabeza de mis hijos no haya bandos. Que se sientan arropados por una red de adultos que trabajan juntos en su educación.

Lo que un padre consciente no debe hacer nunca es menoscabar la autoridad del maestro delante de su hijo. Ni la del maestro ni la del técnico del lavavajillas o de la televisión que además le cobran 30€ más la pieza, más el desplazamiento y más el IGIC. Pero los tres saben lo que hacen, son expertos en la materia, están suficientemente preparados.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es