Desde sus cuatro años y medio de gobierno hasta hoy, a los dos largos de su muerte, se cuestionó su protagonismo en la transición. Quienes difundieron la duda entonces le asignaron el papel de brazo ejecutor y descargaron la autoría intelectual en el talento de Torcuato Fernández Miranda; quienes hurgan hoy en los evidentes y comprensibles rotos y zurcidos en la operación de sustituir una dictadura, que fusiló hasta en sus estertores, por una democracia liberal, desconocen el patriotismo, inteligencia y astucia de Adolfo Suárez (1932-2014); herramientas con las que arregló el tejado y cambió las tuberías de la casa común sin que los habitantes tuvieran que salir de ella.

Victoria Prego reveló un secreto guardado desde 1995; un off de record de una entrevista que nunca se emitió en Antena 3. Con la mano sobre el micrófono de corbata -aunque no sirvió la precaución- el duque de Suárez le confesó que la inclusión de la figura del rey en la Ley para la Reforma Política de 1977, el harakiri de las Cortes franquistas, evitó la celebración del referéndum sobre la forma de Estado que pedían la oposición de izquierdas y las cancillerías occidentales. Las dotes de prestidigitador -que satirizó Alfonso Guerra- y de negociador -que reconoció Felipe González- y la voluntad de cambio de los agentes políticos y sociales facilitaron la restauración monárquica, y la pragmática habilidad de Juan Carlos I permitió un reinado que, en este otoño, hubiera cumplido cuatro décadas.

La emisión de ese instante histórico nos devolvió al Suárez de "la cintura política" que se amigó para siempre con Santiago Carrillo y los nacionalistas periféricos, y al valiente posibilista que, desde el mismo núcleo del régimen, promovió un Estado de derecho homologable y la convivencia entre distintos que demandaban la razón, la justicia y el calendario. Su inmenso favor a la Corona quedó para la historia; le costó las iras e insidias de tirios y troyanos que, sin embargo y desde entonces, actuaron en un escenario libre de las tentaciones del cuartelazo; y recibió como pagó la incomprensión inmediata, la ingratitud y el olvido que tanto duelen, duelen tanto. Esas memorias añoradas y nunca escritas traerían luz a las sombras ciertas e interesadas de los mejores años de nuestra vida.