Que somos un país de linchadores no es algo nuevo: el ADN nacional incluye golfería, fanatismo e iluminación, a partes proporcionales. Lo que sí es nuevo es que nos hayamos convertido en un país de cínicos ventajistas. Escucho unas declaraciones del portavoz del PP, Hernando Fraile, cuestionando lo que su partido hizo con Rita Barberá, la forma en que la trataron como una apestada, condenada a vagar por los pasillos y jardines del Congreso a la búsqueda de algún ministro en funciones que la saludara. Dice Hernando -incorporándose al "revival" decretado por "piel de elefante" Rajoy en relación con la difunta- que se equivocaron al pasarse la presunción de inocencia por el forro. Y tiene toda la razón: la presunción de inocencia ha desaparecido en este país, los partidos se han acobardado ante el ruido de las redes y han aceptado sumarse al linchamiento de los suyos. Aquí nadie da la cara por nadie, y además hay especialistas en ir por ahí acusando de corruptos a los que quieren cargarse.

Llevo años sermoneando como un telepredicador sobre el efecto perverso de linchar a los acusados antes del juicio, como en el lejano Oeste. Se ha acostumbrado a la ciudadanía a considerar la acusación como prueba, generalizando el uso político y bastardo de la acusación, tratando errores administrativos o infracciones menores como si fueran delitos nauseabundos. Hay políticos que se han especializado en esa práctica: por no circunscribir la crítica al PP, eso es lo que hizo la socialista Corujo con su propio compañero, el alcalde de Arrecife, o más recientemente, con Rodríguez Fraga, al que le inventó una imputación ante la gestora del PSOE en Madrid, que retrasó su nombramiento como presidente interino del PSOE canario, cuando resulta que la que está imputada es ella. Pero eso es apenas una gota de anécdota en un océano de miserias... Lo importante es regresar al entendimiento de que una de las claves del funcionamiento de la democracia es la presunción de inocencia, y que los partidos deben decidir sobre la continuidad de sus cargos acusados en función de sus propias investigaciones y percepciones, y no en base a reglas generales establecidas para consumo de votantes.

Dicho eso, creo que la operación que el PP prepara con Rita Barberá es una desvergüenza: van a utilizar el impacto simbólico de su muerte para replantear el pacto que suscribieron con Ciudadanos. Lo ha dicho Hernando: "Sacrificamos a Rita para que hubiera Gobierno...". Es mentira: sacrificaron a su senadora porque la exalcaldesa de Valencia era un chivo expiatorio perfecto para purgar los escándalos de corrupción que el PP ha tenido que afrontar. Los mil euros "lavados" por la Barberá para financiar al PP no son gran cosa, apenas una mota de polvo sobre la impunidad de la gestión corrupta que durante tres legislaturas apuntaló en Valencia, en la región y en la ciudad, un PP engolfado y/o ciego. Pero era mejor señalar a doña Rita que hablar de Gürtell, la Púnica, los Bárcenas o los sobresueldos (sueldos en sobre) que se repartieron en Génova.

Qué país este: construyamos ahora una reputación intachable a la difunta, y a linchar entre todos al próximo que toque.