Todos tenemos una idea aproximada de lo que son las galaxias: sistemas de cientos de miles de millones de estrellas ligadas por la fuerza de la gravedad que se encuentran a distancias enormes de nosotros. Tan alejadas que la inmensa mayoría de ellas no son visibles a simple vista o apenas representan un punto luminoso en un cielo estrellado. En la actualidad se estima que hay unos dos billones de galaxias en el Universo y, gracias a los potentes telescopios instalados en tierra y en órbita, hemos descubierto que esas galaxias presentan morfologías muy dispares o se encuentran en diferentes etapas de su evolución.

Incluso a la vista de este "zoo" de galaxias es de esperar que los procesos que dieron lugar a la formación tanto de ellas como de la nuestra, la Vía Láctea, sean similares y puedan ser explicados con las leyes físicas que conocemos. En las últimas décadas muchos grupos de investigación han generado simulaciones por ordenador cada vez más complejas que muestran que existe una ley invariable incluso a estas escalas: la galaxia grande se come a la más chica. En efecto, todos los modelos predicen que una fracción importante de las regiones externas de las galaxias se formó mediante la asimilación de galaxias mucho más pequeñas. En este proceso, las galaxias "devoradas" van perdiendo estrellas a lo largo de su órbita alrededor de la galaxia "caníbal" y forman las denominadas corrientes de marea, enormes estructuras de estrellas que rodean a la galaxia de más apetito.

Aunque este escenario había sido sugerido mucho tiempo atrás, no fue hasta hace dos décadas cuando se descubrieron los primeros vestigios de canibalismo en el seno de nuestra propia galaxia. La galaxia enana de Sagitario fue observada por primera vez en 1994, justo al otro lado del centro de la Vía Láctea, donde era muy difícil hasta ese entonces diferenciarla del resto de estrellas, polvo y gas que forman nuestra galaxia. Estudios posteriores confirmaron que Sagitario no solo está orbitando la Vía Láctea sino que ha sido lentamente asimilada por esta última durante los últimos miles de millones de años.

Una vez se completaron los primeros cartografiados más intensivos de grandes áreas del cielo y se pusieron a disposición de la comunidad de astrónomos, fue posible comprobar que Sagitario había perdido y sigue perdiendo una importante cantidad de estrellas, las cuales se encuentran alrededor de la Vía Láctea en forma de enormes corrientes de marea estelares. De hecho, algunos estudios sugieren que una fracción muy alta de las estrellas que encontramos en el halo galáctico, la región más externa de la Vía Láctea, tiene su origen en la asimilación de la pequeña galaxia de Sagitario. Podemos decir que el descubrimiento de esta galaxia y su corriente estelar asociada marcó el empujón definitivo a una nueva rama en la Astrofísica: la arqueología galáctica. Esta área de investigación intenta utilizar todas las técnicas disponibles para encontrar los restos de Sagitario y otras galaxias asimiladas en el halo galáctico. El objetivo final de estos estudios es comprender cómo se formó la Vía Láctea.

Hoy en día, más de 20 años después del descubrimiento de Sagitario, la imagen que teníamos de nuestra galaxia ha cambiado sustancialmente. Con la llegada de nuevos y más completos cartografiados, que ya alcanzan más de la mitad del cielo observable, nos hemos topado con decenas de estructuras de estrellas posiblemente generadas por procesos caníbales similares al que está sufriendo Sagitario. Algunas de ellas aparecen distribuidas a lo largo de grandes áreas de cielo y son el resultado de la asimilación de innumerables pequeñas galaxias satélites de la Vía Láctea. Otras forman un río de estrellas bien definido pero, a diferencia del generado por Sagitario, no tienen una galaxia progenitora clara porque posiblemente fueron totalmente digeridas por nuestra galaxia.

De esta forma, los arqueólogos galácticos hemos podido comprobar que las predicciones hechas por las simulaciones por ordenador estaban en lo cierto. Las regiones más externas de la Vía Láctea se formaron efectivamente mediante la asimilación de muchas otras galaxias y este proceso caníbal tuvo un fuerte impacto en la estructura de nuestra galaxia. Además, el estudio de estas corrientes de marea nos está permitiendo entender mejor cómo se distribuyen las estrellas en la Vía Láctea y por qué se observan algunas diferencias en velocidad, composiciones químicas y otras propiedades en algunas direcciones particulares del cielo.

Poco a poco hemos ido armando el puzle que representa la Vía Láctea aunque aún quedan muchas piezas esperando a ser encontradas por los arqueólogos galácticos. A medida que tengamos un mapeado más completo y profundo del cielo estamos seguros de que encontraremos más estructuras en el halo, así como nuevas galaxias satélites, posibles víctimas del apetito de nuestra galaxia caníbal.

Julio Carballo Bello creció en El Cardonal y realizó la Licenciatura en Física y el Doctorado en Astrofísica en la Universidad de La Laguna y el Instituto de Astrofísica de Canarias. En 2012 se trasladó a Chile, donde trabajó como investigador postdoctoral en la Universidad de Chile y posteriormente en la Universidad de Valparaíso. Actualmente es investigador principal de un proyecto sobre arqueología galáctica desarrollado en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Coordinadora: Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez