Cierra su tienda tras cincuenta años de actividad, y lo hace con preocupación. Y no por cuestiones económicas. Nada de eso. Lo hace por sus clientes, una cuestión que le honra. "A ver si a alguien se le ocurre y trae zapatos grandes", comenta Ángela González, propietaria de Calzados Eureka, un establecimiento de zapatos y complementos dedicado a los números especiales para señoras. De ahí su afirmación.

Durante casi cinco décadas, Eureka ha calzado a miles de chicharreros, y de fuera de la capital, en sus tiendas de las calles Pérez Galdós y la carnavalera calle Bethencourt Alfonso, antigua calle San José. La primera echó el cierre hace unos días. La segunda lo hará en el mes de enero.

A los 72 años, Ángela ha decidido poner punto y final toda una vida de actividad; "pasar a la reserva". "Ya era hora de jubilarme", afirma. Y lo hace con salud y satisfecha porque "no le debe nada a nadie, ni nadie le debe a ella". Sin duda, una gran suerte en estos tiempos.

Parapetada tras el mostrador, y sin dejar de echar un ojo a las clientas que no paran de entrar al local en busca de calzado, trata de imaginar cómo será el día en el que pase por la calle y su tienda ya no esté. "Me va a dar mucha pena. La echaré de menos. Llevo toda la vida trabajando", asegura. No será la única.

Solo hay que escuchar a quienes han sentido la comodidad en sus pies con los zapatos de Eureka. Sobre todo aquellas (y aquellos, que los hay en cantidad) que necesitan zapatos con números que oscilan entre el 33 y el 45. "Somos la única tienda en Tenerife y en Canarias que traemos esos números", asegura Ángela.

"Lo siento doblemente, por mí y por ustedes", tercia una usuaria, al enterarse de que la tienda que le ofrece los que necesita pone punto y final. Otra (Lorena Melo) va más allá: "No pensamos en este momento y nos vamos a comprar a las grandes superficies". Ángela, sin embargo, trata de excusar a quienes se decantan por esta opción: "El poder adquisitivo no es como antes", dice. Y se ahorra más detalles.

Con el cierre de Eureka se pone punto y final a una empresa familiar, de principio a fin. De esas en las que vale tanto el trato como el artículo. Adquirida por su suegro, la trabajó primero junto a su marido, José Pérez, jubilado hace una década, y luego en compañía de dos de sus hijas, África y Constancia, que no siguen con el negocio. Elizabeth Almenara, otra más de la "familia", es la última empleada que queda.

Madre de otros dos hijos más y abuela de cinco nietos, Ángela no duda a la hora de afirmar cómo aprovechará el tiempo libre: "Me voy a poner morenita y, sobre todo, no voy a poner el despertador". Sus hijas lo tienen claro: "Se lo merece".