La Navidad, amén de la religión, rememora los pilares básicos de nuestra vida, aquello que consideramos fundamental en algún momento y ya no está. Puede ser una persona que nos enseñó el camino o una manera de concebir nuestra vida que ya no somos capaces de llevar a cabo. Añoramos un eje que se fue. Algo que nos pasó y que no hemos podido superar. Echamos de menos haber elegido otra forma de vivir, nos da la impresión de que hemos perdido el momento clave, que se nos ha ido de las manos la oportunidad perfecta: para hacer distinto, para hacer más. Y eso nos hunde.

Y lo más duro es que, muchas veces, es cierto. Pero ningún sentimiento por propio que parezca es potestad nuestra, otros ya lo vivieron antes, e incluso algún anónimo lanzó una certeza que machaca. Me refiero a la que cuenta que hay tres cosas que jamás vuelven atrás: la palabra dada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida.

Pero si los que hoy detestamos la Navidad nos miramos hacia dentro, entenderemos que estos tres matices que no vuelven atrás los tenemos asociados a alguien que quisimos verdaderamente. Tal vez a nosotros mismos, a ese yo que ya no somos. Y es entonces cuando no nos queda más remedio que entender que hay mil nuevas oportunidades para decir nuevas cosas, para comprometerse con el otro en otras mil andanzas y para comprender que la vida es una noria y además un misterio. Y qué coño, que nos merecemos ser felices, al menos a ratitos.

@JC_Alberto