Recoge Juan J. Arencibia en su último libro, "Historia de Santa Cruz", la opinión que le mereció la mencionada plaza al escritor belga J. Leclerq, que visitó la isla y publicó sus impresiones sobre ella en 1879. Dijo que "detrás de la iglesia de San Francisco, hay un paseo que no se parece a ningún otro. No hay en España Alameda comparable. Ni el Prado de Madrid, ni el Cristina de Sevilla. Ni los Cascine de Florencia admiten comparación. Este paseo, verdadero jardín de Armida, se llama Plaza del Príncipe. Está sombreado por magníficos laureles de Indias que, en pocos años, han alcanzado la altura de nuestros viejos robles. Esta es la verdadera perla de Santa Cruz".

Bien es verdad -Arencibia se apresura a reconocerlo- que la vieja plaza ya no es la que era, que ha sufrido un notable deterioro, pero la asistencia a un acto en la cercana Fundación CajaCanarias -tengo el defecto de llegar temprano a todas partes...- me permitió recorrerla con calma, y debo reconocer que todavía conserva cierto encanto. Yo la recuerdo como era hace setenta años, y continúa presentando las mismas características. El templete central es el mismo, el paseo que lo rodea -antes era un lugar de paseo donde la gente se conocía- no ha variado, y solo la disposición de los jardines ha variado, con un diseño más moderno en el que se han incluido algunas esculturas de bronce, entre ellas la del director de la Ni Fu ni Fa. ¿Qué es entonces lo que se ha modificado en la plaza para que no sea ya lo que fue? La respuesta, en mi opinión, es muy simple: el ambiente. Antaño, con la plaza de la Candelaria, la de España y la avenida de Anaga eran los lugares adonde se acudía, lo he dicho antes, para conocerse. No existían las discotecas, ni siquiera las cafeterías, de modo que la juventud los frecuentaba para realizar sus primeros escarceos amorosos.

Sin embargo, yo creo que la plaza del Príncipe superaba a los demás paseos durante los domingos, precisamente al mediodía. Se solía ir a misa durante la mañana a San Francisco o el Pilar, y a continuación la gente se dirigía a la plaza porque allí, a las doce, ofrecía un concierto la banda municipal de música. El ambiente era siempre extraordinario, con todas las mesas del quiosco ocupadas y una ingente multitud dando vuelta y vueltas al recinto; muchos matrimonios se gestaron allí mientras se disfrutaba de los aires zarzueleros y pasodobles que la banda tocaba durante más de una hora.

La visita que he realizado en esta ocasión, después de tantos años, ha entristecido un poco mi ánimo. Con el quiosco cerrado y una docena de personas sentadas en los bancos que fueron cobijo de tantas anécdotas felices, me he preguntado por qué la comisión de fiestas de nuestro ayuntamiento ha permitido que una plaza tan señera perdiera su "sabor". Sé que en la actualidad se celebran en ella diversos actos culturales y lúdicos que gozan de gran predicamento entre la población, pero los que ya somos mayores precisamos de vez en cuando mirar hacia atrás, no porque como suele decirse el pasado haya sido mejor, sino porque nos pertenece, y tenemos todo el derecho del mundo a conservarlo en nuestra memoria.

No sería mala idea, creo, cuando el quiosco reanude su actividad, considerar la posibilidad de que la banda municipal de música reanude sus conciertos dominicales en el emblemático recinto. No en verano, ya que la gente prefiere en esa época las playas, pero el año tiene nueve meses más.