En España cada vez somos menos. Lo confirma el Instituto Nacional de Estadística. El número de fallecimientos supera al de nacimientos y la población cae. Hoy somos 13.000 personas menos que al comienzo del año, al igual que ya ocurrió en 2015, que fue la primera vez en 75 años con un saldo vegetativo negativo.

En ese contexto, Canarias es una de las cinco autonomías donde la población aún aumenta, aunque de forma imperceptible (77 personas más), lo que nos sitúa algo mejor, pero en la misma tendencia de envejecimiento de toda España.

Mucho se ha hablado estos años atrás del control de la población, de superpoblación incluso; y mucho se ha hablado también de los efectos de la crisis económica y de la emigración forzosa consecuencia de la falta de trabajo en nuestro país.

Pero con independencia de esos debates que tienen mucho de política, lo que realmente revelan los estudios oficiales es que los españoles, los canarios, cada vez tenemos menos hijos.

En 2016 la natalidad se desploma cerca del 5 % con relación a 2015, periodo en el que también retrocedió respecto al año anterior. En pocas palabras: salvando el 2014, llevamos 8 años seguidos cayendo.

A algunos les puede parecer una cuestión accesoria, pero tras estos datos se encuentra una sociedad que envejece a pasos agigantados y que no se renueva de forma natural. Y no es una cuestión coyuntural. Con el paso del tiempo, el envejecimiento se cronifica y se convierte en una realidad estructural de nuestra sociedad.

A este ritmo, en Canarias como en España seremos cada vez más un país de viejos, y eso no es bueno para nadie. Ni para los más mayores, que necesitan que generaciones más jóvenes contribuyan económica y socialmente a su calidad de vida, ni para los menos mayores que el día de mañana lo seremos y no tendremos el bienestar que también merecemos.

Entiendo perfectamente que en un escenario de crisis, sin estabilidad en el trabajo, sin seguridad en el futuro, es muy complicado que una pareja se decida a tener hijos aunque lo desee, como ocurre tantas veces.

Tampoco ayuda en nada el escepticismo que las administraciones públicas demuestran por la protección y el apoyo a la familia como núcleo vertebrador de nuestra sociedad.

Quizá por prejuicios difíciles de explicar, hablar hoy en día de la familia resulta un tabú, algo del pasado, que es mejor no comentar.

Yo no comparto esos complejos y sí creo que al igual que promovemos y abanderamos a diario causas nobles como la solidaridad o la integración, debemos perder la vergüenza, hablar claro y trabajar en favor de la familia.

A favor de la familia, a favor de todos los modelos de familia que conviven hoy en la sociedad, la familia tradicional, las familias numerosas, las familias de parejas del mismo sexo y, por supuesto, las familias monoparentales.

Es imprescindible plantear políticas reales y eficaces de apoyo a la maternidad y a la paternidad, con medidas tanto fiscales como sociales, sanitarias, educativas y laborales dirigidas a favorecer la libertad de tener hijos.

En palabras de la ONU, "las políticas orientadas a la familia contribuyen a reducir la pobreza, obtener mejores resultados para los niños, una mayor igualdad entre géneros, un mejor equilibrio entre el trabajo y la vida familiar y a estrechar los vínculos intergeneracionales. Existen abundantes pruebas de que estas políticas son eficaces y hay que promoverlas más".

También en Canarias como en España. De lo contrario ya sabemos lo que ocurrirá: cada vez seremos menos, cada vez menos jóvenes. Formaremos una sociedad envejecida y, a buen seguro, empobrecida social, cultural y económicamente.

*Teniente de alcalde del PP del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife