Los compases del "Preludio Sinfónico", obra de un joven Puccini, anunciaban una noche de apasionada y desatada expresividad. Bastó que la soprano Ainhoa Arteta apareciera en escena, convirtiendo el negro en paradigma de la elegancia, para confirmar cuál es la esencia del belcantismo: la voz como instrumento de colores únicos.

Desde la soltura, el toque técnico, el desparpajo y un despliegue estético sin impostaciones, la simple presencia de la soprano se convirtió por sí misma en un elemento sustancial, cautivador, que desde la dicción clara hasta el fraseo fue llenado compás a compás el ambiente, al principio algo frío, con su excepcional manera de decir las notas, con su forma de ser y estar.

Su tránsito vocal, casi natural, hacia el rango de una soprano spinto le procura la posibilidad de desplegar un enorme carácter expresivo, de acomodarse a los registros medios y graves, al tiempo que alcanza los agudos. A su voz, sin duda, le gusta la intensidad dramática de Puccini y así lo transmitió en arias como "Si! Mi chiamano Mimi" y "Donde lieta usci", de la ópera "La Boheme".

En el rol verista, Ainhoa Arteta se mostró excepcional y profundamente cierta. Con el "Sola, perduta, abandonata" de "Manon Lescaut" asomó una fuerza vocal que se hizo temperamento y técnica en "Vissi d''arte" (¡qué delicados pianos en la parte final!).

Tras las ovaciones, la diva reivindicó los rasgos de su elegante y potente personalidad, dirigiéndose al público para manifestar a viva voz que sentía un "gran honor" por compartir la noche festiva y, a continuación, darle la alternativa a la joven Sislena Caparrosa, quien interpretó "O mío bambino caro", y para la que pidió apoyo y seguimiento.

Así se cerraba la parte más lírica. Pero el concierto seguiría regalando emociones.

La Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST) interpretó el pasodoble "Islas Canarias", del maestro Tarridas, como inicio de una segunda parte donde la soprano irrumpió intensa sobre el escenario, ataviada de rojo y cargada de lirismo y melancolía. Así se sucedieron canciones como "Azulao" y "Modinha", del compositor y poeta brasileño Jaime Ovalle, que se mezclaron con "Ay que linda moça", de Halfter; la balada "Negra sombra", de Juan Montes, y "La rosa y el sauce", de Gustavino. Con la sabiduría que procura la madurez, dosificando esfuerzos y tiempos, la cantante cerró este singular cancionero con "Alfonsina y el mar", de Ariel Ramírez, y pareció rescatar en los santacruceros la añoranza, la nostalgia de lo que siempre fueron.

Mientras aún resonaba el eco de los aplausos, Ainhoa Arteta volvió a hacerse grande y dedicó el bis a los músicos del Coro del Ejército ruso fallecidos en accidente aéreo. Lo hizo desde el alma, en euskera y con un profundo "Aurtxo polita". Otra cerrada ovación.

Era el momento de ir acercándose hasta la orilla. La soprano canaria Candelaria González hacía pareja con Arteta en un sentido y reconocible "Noche de paz" y se tomaban de la mano para brindar el dueto "Las flores de Lakme". Sublime.

Candelaria González y Besay Pérez interpretaban con ganas y mucho gusto el villancico "Una sobre el mismo mar" y al tenor le correspondía ponerle voz al pasodoble "Islas Canarias", quizás el verdadero himno. Entre palmas, al son de la "Marcha Radetzky" se apagaba la magia de la música, con el público puesto en pie y los fuegos artificiales despidiendo la noche.

Fue en 2011 cuando el maestro Víctor Pablo Pérez tomó la batuta por última vez para ponerse al frente de esta emblemática cita, para la que ayer escogió a la soprano Ainhoa Arteta, la única solista que repite diez años después de su presencia en el concierto santacrucero al aire libre.

Una orquesta como la OST que anda huérfana, sin director titular y con una partitura de futuro aún no escrita, acaso necesitaba una audición así para recuperar sensaciones y una buena dosis de autoestima.

Después de años cubriendo expedientes, el Concierto de Navidad parece haber regresado al pesebre.