Mañana, día de los Santos Inocentes, y dejando de un lado su significado hagiográfico cristiano, e incluso aquella parte en que se suele utilizar como medio para gastar alguna que otra broma, no estaría mal, ciñéndonos exclusivamente a su significado literal, utilizar dicho día para buscar o ir en pos de algún conciudadano que se sienta libre de culpa o de pecado -político, social e incluso moral-, y que, además, no tenga malicia y/o mala intención en su comportamiento cotidiano -que ya es pedir-, y que, igualmente, sea capaz de comprometerse a liderar al conjunto de la sociedad en la que vive, con un discurso sencillo y limpio sobre lo que deberíamos entender por "una idea nacional" y, sobre todo, que sea capaz de desarrollar "un proyecto político para el reino de España"

Porque reino somos, pese a quien le pese, y desde hace cientos de años; y, cuando hemos -mejor sería decir han- intentado cambiarnos la forma de Estado, nos ha ido francamente mal, muy mal. Nuestra monarquía es democrática y parlamentaria; y en dicho sistema prevalece la estricta observancia de la división de poderes y la necesaria separación entre la solemnidad que debe predominar en la actuación del monarca y la eficiencia que debe valer en la actuación del gobierno de turno. Curiosamente, los Estados europeos más modernos y con más estabilidad política son monárquicos también. Pues, si alguna vez llegamos a entender y a superar lo que hemos sido y lo que somos, algo habremos adelantado para situarnos en la búsqueda de lo que realmente nos debe importar: España y los españoles.

De ahí la necesidad de contar con un dirigente político con credibilidad, integridad y principios; alguien que sea capaz de anteponer los intereses generales a los suyos particulares e incluso ideológicos y de partido. Una voz que tenga una visión de país capaz de manifestarla y compartirla con los demás. Un proyecto alternativo a la izquierda más radical y rupturista que hoy pone en peligro constante nuestra unidad e identidad; un proyecto que sea capaz de oponerse al neopopulismo callejero y mediático que nos invade e intimida; alguien que se enfrente con firmeza y lealtad constitucional al continuo chantaje secesionista al que nos tienen sometidos a la inmensa mayoría de los españoles los que manejan como nadie el odio a España; y que sea capaz de enfrentarse con justicia y dureza contra los corruptos propios y ajenos.

Una voz inocente que defienda la igualdad de todos los españoles ante la ley; que explique con claridad meridiana que "la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado" y no en una parte, por muy sentimental y comprensiva que sean sus reclamaciones e intereses geográficos; una voz que insista en que no existen derechos territoriales, sino personales; que por encima de los territorios están los individuos. Una voz que entienda y defienda que quien mantiene la economía de un país es el empresariado, los autónomos y la clase media; que priorice el valor del trabajo y no la caridad de la subvención; la bajada de los impuestos y no su incremento; que la educación, la justicia, la sanidad y la seguridad de un país son los pilares en los que se debe sustentar la identidad de cualquier colectivo y, por consiguiente, no se debería dejarse en manos de quienes lo utilizan como herramientas para el victimismo el adoctrinamiento y la reivindicación permanente del secesionismo.

En definitiva, una voz que encare la realidad y que nos devuelva el orgullo de ser españoles y patriotas; además de dar a conocer con valentía la necesidad que tenemos los ciudadanos de sentirnos libres e iguales. Que ya es hora de dejar atrás el apaciguamiento y el buenismo como fórmulas de entendimiento y coexistencia y reivindicar nuestra historia, nuestras raíces y nuestras creencias religiosas, así como la necesidad de sentirnos responsables de la defensa de la Constitución y de la Transición como verdaderas herramientas democráticas y de convivencia. ¿Dónde está esa voz inocente?

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