Llevo más de 30 años recorriendo a pie la isla de Tenerife y he podido comprobar y experimentar tanto la evolución de los espacios naturales como la creciente afluencia de personas a conocerlos. En los años ochenta y noventa eran muy pocas las personas que nos adentrábamos en esos espacios, por viejos senderos que tenían un mantenimiento mínimo, casi inexistentes. Algunos aún eran utilizados por los últimos campesinos y campesinas que moraban en barrancos y lomas a los que no se podía llegar en coche. Era el final de una época y entrábamos en otra, se completaba el tránsito de una sociedad rural a una urbanizada y terciarizada.

A día de hoy en Tenerife vivimos un millón de personas a los que hay que sumar los cinco millones de turistas que nos visitan. Esta ingente cantidad de población con densidades equivalentes a Hong Kong o Singapur consume de forma ingente territorio, recursos naturales y energía en un territorio limitado y accidentado. La Isla se ha convertido en una gran ciudad, los antiguos espacios naturales remotos se han transformado en "jardines" de ocio en la naturaleza para turistas y locales. La abundante información fluye como nunca a través de Internet y de las redes sociales. La gente ve fotos de estos lugares en Facebook o en Instagram y quiere ir a conocerlos, y así tenemos verdaderos cuellos de botella en Punta de Teno, en Masca, en el Teide, en Cruz del Carmen... Los problemas crecen.

Esta sociedad ha mejorado mucho, aunque a veces cueste creerlo. La mejora de nuestro nivel cultural ha propiciado que los canarios tengan un interés creciente en conocer su propia naturaleza, incluso sin necesidad de usar el coche para ello. Cuando caminamos por los viejos caminos de Anaga ya no sólo te encuentras a turistas centroeuropeos, ahora te encuentras personas del barrio de La Salud, de Tegueste, de Güímar, de Los Realejos o de Gran Canaria, por citar recientes encuentros en la naturaleza. También las diferentes administraciones dedican presupuestos crecientes tanto a su mantenimiento como a su promoción.

A Punta de Teno, hasta bien entrada la década de los noventa, no iba nadie que no trabajara en los invernaderos, en el faro o cuatro locos que llegábamos caminando desde Teno Alto. Todo cambió el día que se asfaltó la vieja pista, propiciando la progresiva y brutal masificación de un espacio natural de gran valor y muy sensible. En los últimos años llegar un fin de semana caminando a este lugar paradisiaco se convertía en una experiencia frustrante ante la congestión de tráfico y personas, la gran cantidad de basura acumulada, excrementos humanos, papel higiénico en las cunetas, en definitiva, un panorama desolador. Por desgracia, aún quedan muchos tinerfeños que no tienen ninguna conciencia ambiental ni respeto por su patrimonio natural. Se podría decir con mayor suavidad, pero el hecho sigue siendo el mismo. Y para conservarlo para las generaciones venideras en condiciones dignas hay que protegerlo de nosotros mismos. Se ha demostrado que sin regulación destruimos los valores naturales y paisajísticos únicos de los lugares que se masifican sin control.

En ese sentido, hay que decir que Punta de Teno no es patrimonio exclusivo de la gente de Buenavista del Norte de la misma manera que no lo es el Teide de La Orotava, ni el Malpaís de los güimareros. Se trata de un patrimonio común e indivisible de todos los tinerfeños, de todos los canarios, de los españoles, ya que entre todos, con nuestros impuestos y con nuestras leyes mantenemos y conservamos esos espacios. Hay que desterrar de una vez por todas ese sentido patrimonialista y localista de la naturaleza, tenemos que ser mejores.

El Cabildo de Tenerife, en este caso, ha hecho lo que tiene que hacer una administración ambiental seria: regular los accesos, no prohibir. Así, ha primado el bien común por encima de los intereses particulares. Ahora bien, esa regulación debe aplicarse con claridad y con rigor, asumiendo que tiene que ser un proceso que pueda ser mejorado con la práctica. No es un caso insólito. Este tipo de restricciones para el transporte privado existe con éxito desde hace décadas en Ordesa, Gredos, Possets-Madaleta, etc., y, por supuesto, en el resto de Europa y Norteamérica. No se está inventando nada. Y es probable, hasta deseable, que lugares como Masca o el Teide le sigan a continuación.

Asimismo, los tinerfeños tenemos que asumir que habitamos un territorio masificado y que no podemos llegar a todos lados con nuestro vehículo particular, porque de esta manera los acabaremos destruyendo. De la misma manera, tenemos que exigir a la Administración pública que impulse y mejore la movilidad sostenible en estos espacios naturales únicos y de gran valor.

Quiero terminar este artículo con la vieja frase que nos viene como anillo al dedo: "La tierra no la hemos heredado de nuestros padres, la hemos tomado prestada de nuestros hijos", es decir, estamos obligados a legársela tal y como la recibimos de nuestros antepasados.

*Geógrafo y máster en Desarrollo Local. Miembro del Comité Científico Asesor de las Montañas de la FEDME