La Nochebuena pasada, en el mausoleo marmóreo de Rafael O''Shanahan, el espantoso edificio que mandó construir Jerónimo Saavedra para sede de la Presidencia del Gobierno en Las Palmas, alguien tachó con pintura el nombre de Canarias y puso sobre él el de Tenerife: "Gobierno de Tenerife". Es la primera vez que algo así ocurre en un edificio público, vigilado por cámaras. La Policía cogerá probablemente a los gamberros responsables de esta gracieta, que acabarán pagando una multa. Tampoco han hecho nada tan grave... solo grabar con pintura indeleble sobre el inconsciente colectivo de esta región la vieja sentencia de que Canarias no es posible.

El grafiti representa el sentir instalado en una parte importante de la ciudadanía grancanaria. Que ese sentimiento, muy presente hace algunos años en las dos islas capitalinas, haya revivido con tanta intensidad ahora en Gran Canaria no es casualidad. Ha ocurrido como consecuencia de los errores cometidos por Coalición desde que Rivero impuso la sustitución de Román Rodríguez como presidente, o cuando Clavijo no supo integrar en su Gobierno a Nueva Canarias, y ha crecido porque los que hoy gobiernan la Isla han decidido reinventar un isloteñismo político de nuevo cuño que se presenta a sí mismo como nacionalismo progresista, pero que actúa con la intención clara de revivir el insularismo como mecanismo de acción política: desde Gran Canaria ya lo intentó Bravo de Laguna durante su mandato cabildicio, y ese discurso -que tiene un caldo de cultivo potente, el mismo que tuvo en Tenerife hace años- lo asumen ahora Antonio Morales y Román Rodríguez. Ambos juegan a un juego perverso, que es el de vender insularismo populista -sus votantes son básicamente grancanarios- haciéndolo pasar por deseo de equilibrar la región. Son dos tipos listos y capaces, que han logrado colonizar el pensamiento del PSOE y de las organizaciones que reclaman un necesario cambio de modelo en el sistema de representación política, pero su discurso es muy arriesgado, propio de estos tiempos miserables donde lo único que cuenta son los resultados.

El objetivo último de esa estrategia es deslegitimar al Gobierno. Primero por ser un Gobierno "tinerfeño", y por ende "antigrancanario". Y ahora, tras la salida del PSOE, por carecer de mayoría parlamentaria y por tanto de legitimidad política para seguir. Román ya ha calificado públicamente al Gobierno de ilegítimo. Esa es la estrategia a la que Patricia Hernández se prestó desde dentro del Gobierno, y la que ha condenado a su partido a un papel de actor externo. Es curioso que los suyos en Gran Canaria ya preparen su inmolación, después de haber logrado que se sumara a un juego -el de Román y Morales- que los socialistas grancanarios animaron encantados.

Las mayorías en el Gobierno son hoy muy difíciles de articular, España estuvo un año entero sin gobierno y ahora hay inestabilidad en muchas autonomías. Lo sabe perfectamente Román, incapaz de sumar los apoyos suficientes para un Gobierno alternativo a este, y por eso decidido a colgarle irresponsablemente la oprobiosa medalla de la ilegitimidad, dado que no puede meter una moción de censura. Nueva Canarias se podemiza, quizá por contagio: juega peligrosamente las cartas de la crispación y la radicalidad, en un juego muy peligroso, que alienta la agresividad y puede llevarnos a la violencia política.