Candelaria García es restauradora. Ha efectuado durante años innumerables trabajos. Pese a ello, no duda en admitir que ahora mismo tiene en su taller una de las piezas de imaginería que, al menos en lo que a policromía se refiere, le han llegado en peor estado. Presenta incluso numerosos clavos incrustados. Se trata del llamado Cristo de los Ajusticiados, una talla no demasiado conocida y de la que tampoco existen muchos datos históricos, pero que sí es muy antigua y de buena factura.

Dado que su ubicación es la capilla del cementerio de San Juan, el encargo procede de la concejalía lagunera que se ocupa de los camposantos. Zebenzuí González es el edil responsable, y explica que a inicios de mandato le comentaron que estaba proyectado el arreglo, por lo que decidió darle curso. Finalmente, fue hace varias semanas cuando este crucificado salió del templo para que García realizase su particular milagro.

Los trabajos no serán cortos. Al menos unos cuatro meses, precisa su encargada. Y es que los estudios previos desarrollados reafirmaron algo que ya era evidente: la escultura está bastante afectada por el paso del tiempo y las intervenciones que se han ido ejecutando sobre ella. "En las radiografías se ve la cantidad de clavos que le han metido, algunos bastante antiguos, que son incluso de forja", describe la reconocida restauradora, que también se refiere a las roturas que sufre, así como al oscurecimiento y a la aplicación de distintas sustancias, como es el caso de barnices.

Candelaria García apunta que la calidad de la imagen es "indiscutible" y pone de relieve la antigüedad, si bien los detalles acerca de sus orígenes son inciertos. Entre las pocas referencias de las que se dispone actualmente está que, aparte del cementerio, pasó por otros espacios religiosos del casco, como la parroquia de La Concepción, y que hay quienes la sitúan entre finales del siglo XVII y principios del XVIII. Más llamativo es el porqué de la denominación de "Cristo de los Ajusticiados", que algunos relatos vinculan a que ante la talla eran llevados los condenados a muerte en una horca de la calle Candilas. Es parte de esa realidad y leyenda que se entremezclan en estos ámbitos y que aquí, tal vez, estas labores pueden acabar ayudando a separar, ya sea porque la reparación sufragada por el consistorio aporta datos o porque, con el proceso, algún historiador ahonda en el pasado de un Cristo con el que, lejos de ajusticiamientos, hoy se hace justicia artística.