Este domingo estuve hablando con un hindú británico que pasa en el Puerto de la Cruz, mi tierra, sus vacaciones desde antes de jubilarse, en 1990. Es una personalidad de la educación en el Reino Unido, que impartió clases a los militares que se formaban en su país y que habla un español recortado por inteligente. Allí nos habló de la prosperidad y del futuro, pues hablábamos el día anterior al fin de año.

Escuchándole recordé a la cantidad de extranjeros, polacos, alemanes, ingleses, franceses, italianos, norteamericanos, europeos de otras procedencias, latinoamericanos, a los que he conocido en mi ciudad y en Canarias, gente que vino aquí no sólo interesada por el sol y por las playas y por los hoteles y por los bares, sino por una tradición cultural, geológica, histórica, que representan algunos de los hitos más importantes de nuestra contribución al relato de los descubrimientos y otros elementos botánicos o geológicos que nos hicieron interesantes. ...

Vinieron, y estuvieron aquí, percibiendo nuestro lugar en el arte y en la historia; en la dispersión geográfica del mundo eligieron también saber quiénes éramos dónde estábamos. No soy nacionalista, ni siquiera chovinista, que es el grado menor del nacionalismo; pero amo mi tierra tanto o más que los que dicen que no soy de aquí. Estoy entrañado en esta tierra, este es mi dolor, mi alegría y mi memoria, y no hay un día en mi vida sin la consecuencia de ese aire, está en mis libros, está en mis conversaciones y está en el aliento de lo que quiero, de lo que quiero para mi y para otros.

Por eso, desde que tengo uso de razón y hablo con la gente, he mostrado una preocupación que tengo la satisfacción de compartir con mis amigos cada vez que tengo ocasión. Hace unas semanas me senté con algunos de ellos en la zona más querida del Bar Dinámico del Puerto de la Cruz, mi pueblo. Allí compartimos esa preocupación: ¿por qué el Gobierno de Canarias, las instituciones canarias, no centran sus ambiciones en conseguir que el arte, la cultura literaria, los museos, nos convierta en un destino para la gente que no busca aquí tan solo el sol u otros esparcimientos? En esa conversación, que dura casi tanto como nuestras vidas, nos fijamos en una de las grandes fallas de nuestro pueblo: que el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias siga sin la sede que corresponde a su historia (académica, cultural, artística) mientras que está sin uso, en la misma ciudad, uno de nuestros centros emblemáticos, la antigua sede del Colegio de los Agustinos.

Este es tan solo un símbolo de lo que nos pasa, que la cultura no se ha tomado jamás como un elemento aglutinador de la tarea de los gobiernos autonómicos o locales, perdidos en dimes y diretes que basculan entre las guerras políticas, de influencia o de dominio. Un gran pacto regional por la cultura y por las artes, que tenga en cuenta las entidades que ya existen y que prolongue otras, que haga que los medios públicos (la televisión, la radio) contribuya a que grandes iniciativas (la exposición de Pedro González, en la Fundación Cajacanarias, por ejemplo) no se queden en el aire como si se hicieran en el extranjero y no en esta tierra que vive cada vez más ajena al progreso que significa la conversación cultural, la apuesta por el arte.

Canarias necesita imperiosamente un plan que la convierta en un hecho cultural, con el apoyo que merecen la educación, las universidades, las escuelas. El sueño que expresamos aquel día en el Dinámico tenía al Puerto como centro de nuestras ambiciones. Pero vale para toda la tierra, esta bellísima y fragmentada tierra que necesita tanto este aglutinante del arte para sobrevivir más seria, más alegre y más feliz.