Con la "resaca" mañanera, un joven talentoso, el venezolano Gustavo Dudamel, coronaba su sueño de dirigir el Concierto de Año Nuevo al frente de la Filarmónica de Viena. A los sones de la música de la saga Strauss, un referente de afirmación nacional, se reivindicaba un año más la nostalgia del Viejo Continente, la cuna de la música sinfónica de origen palaciego que después adoptaría el pueblo como forma de refinamiento de la nueva burguesía.

También ayer, pero ya con la tonalidad de la tarde y desde la ultraperiferia, un grupo de jóvenes agrupados en el proyecto de la Joven Orquesta de Canarias (Jocan), con el maestro Víctor Pablo Pérez a la batuta, nacía al mundo, mudando "fuga" por retorno y recuperando una antigua partitura desde la que comenzar a construir un sonido propio.

A los acordes de la "Obertura canaria", composición del isleño Emilio Coello, la recién nacida orquesta se presentaba con tono festivo, alejada de ese rasgo melancólico con el que se suele acompañar la caracterización de lo insular. Así, desde la raíz folclórica, entonando la diversidad y riqueza de una sociedad mestiza, los mundos sonoros se iban entrelazando: el arpa punteaba los aires de una folía; los vientos, convertidos en alisios de ida y vuelta, pulsaban ritmos de seguidillas y saltonas; las cuerdas se arrullaban, se escuchaba el eco de las chácaras y el tambor... La canariedad entendida como valor universal, tal es la propia condición de este singular conjunto de músicos de aquí y allá, de dentro y fuera, que recogieron las primeras ovaciones de un público predispuesto (que llenó la "Bombonera"), necesitado de ir desarrollando su capacidad de oír.

Y como los mismos tiempos de la historia, la siguiente pieza del programa, el "Rondó para piano y orquesta" de Mozart, pareció ir recogiendo las notas que aún resonaban en los campos para llevarlas hacia el interior, al salón burgués. Entonces brilló el pianista canario Iván Martín, con una formidable ejecución, mientras la orquesta se iba moviendo entre melodiosos adagios y allegros.

De colofón, la "Sinfonía nº 9" de Dvorak abrió las páginas del Nuevo Mundo y pareció entroncar con la memoria de generaciones de canarios trasponiendo fronteras. Así, colosal y majestuosa, con sonido de película, la orquesta desató las vibraciones de un público que entre bravos y aplausos se entregó a propinas, haciéndose primero "divino" a ritmo de villancico y regresando al principio, a la Vieja Europa, con la "Marcha Radetzky", palmas incluidas.

Ha nacido una orquesta.