Me cuentan que en su sepelio, Amor Eterno, la marcha de Alejandro Henríquez que abrillanta la tristeza, y la polka Recova, de Domingo Santos, que patina de nostalgia la alegría, sonaron entre la emoción y la morriña de la gente que mide la vida por lustros. Se fue cumplidos los noventa y tres años y nos dejó, a cada cual en su medida, recuerdos de su voluntariosa dedicación a la música, de su rotunda figura y su voz, entre bronca y cordial, que, en un coche con altavoces, anunciaba fútbol en el campo de Bajamar, carnavales y máscaras en el Circo de Marte y -¡cómo no!- galas de varieté a cargo de compañías foráneas y grupos aficionados en una ciudad con notorias carencias pero, eso sí, con ingenio para cubrir sus ocios, con tres cines y dos teatros -uno grande y otro Chico- y sociedades burguesas y obreras que organizaban asaltos de tarde y bailes nocturnos regularmente.

Nadie con tino y buena fe podrá negar el título de maestro a quien ejerce su oficio, sea cual sea, con la mayor voluntad, fuerza y constancia; a quien aprende por obligación y sustento y, por vocación, enseña; a quien nos muestra, sin cuentos ni jactancias, lo que sabe hacer y lo que esperamos que haga. Julio Gómez -el Hernández quedó para los documentos, por economía silábica o la popularidad de su orquestina- asumió con decisión el vacío que dejó el inolvidable Felipe López cuando, cansado por el trabajo y quemado por las ingratitudes, guardó su batuta y, para sí y los suyos, su talento y competencia musical.

En la última Bajada y en la última función de enanos miró a la multitud, le regaló una ancha sonrisa y levantó el brazo como despedida. Nos habíamos reunido en primavera ante un café y en la Alameda, donde, liberado de obligaciones, resolvía pasatiempos -"para no pensar en coñadas"- y, como en los casos anteriores, leyó la partitura -la última de Luis Cobiella, que siempre valoró su disposición y eficacia- y me pidió que le contara el asunto y la letra, la banda de pobres en demanda de la evangélica igualdad. En aquel viaje volví a plantear la deuda del prometido y nunca celebrado homenaje público y algún cargo institucional me tranquilizó -es un decir- con la excusa de siempre: "No te preocupes, está previsto". La sintonía de la ciudad -la banda, la megafonía, los comentarios jocosos de un palmero peculiar y bueno- siguen en el aire y en la memoria de los paisanos; lo otro ¿qué importa?