Primer contacto del año con los lectores que comienza con el extraordinario concierto en Viena, y dirigiendo a la filarmónica un joven director venezolano, Gustavo Dudamel, que nos introdujo en los melodiosos valses de una preciosa ciudad que ama la música. Precioso el reportaje del descanso mostrando la actividad en la capital de Austria. Me hizo recordar a Christian Sollhein, gran amigo alemán fallecido hace años, que siempre decía que el austriaco era la persona más feliz de toda Europa, porque vivían para ello, para comer, beber y divertirse, pues era su lema vital y la única cosa por la que vale la pena vivir.

La verdad es que este debería ser el principal objetivo del ser humano y por el que todos tendríamos que luchar, pero lamentablemente las cosas no son siempre como uno desea, y en nuestro país, aunque disfrutemos de grandes atractivos, de bellezas por doquier y una forma de ser muy positiva, andamos amargados por la clase política que nos dirige, una estirpe de acomplejados y egocéntricos, con muchas ansias de poder y que prefiere perder antes que hablar, dialogar o pactar. Eso es lo que lleva a la ruptura dentro de los propios partidos, un mal ejemplo para los ciudadanos, ya que el no por el no se ha adueñado de los que ocupan los principales puestos. Así le ha sucedido a Pedro Sánchez, perdedor nato que no se resigna, y que con su tozudez se va a cargar el principal partido de la oposición, a quien le costará renacer de sus propias cenizas si nadie lo remedia antes. Tendremos otro año perdido en lo que concierne a la economía y por ende a todo lo demás: educación, cultura, sanidad, justicia o empleo. Siguen sin darse cuenta de que lo imperioso es trabajo y vivienda para todos, y no están en la labor; se perderán meses con sus luchas internas, y volverán a dejar aparcado el reto principal, acabar con la corrupción y la gran preocupación que significa el terrorismo. Malos augurios para un 2017 que deberían ser corregidos cuanto antes.

España tiene fortaleza, y lo demuestra cada día con la familia, pues nuestra forma de ser hace que la gente se reúna constantemente y no solo por las fiestas navideñas. El resto del año es una batalla de subsistencia en el día a día, cada uno con sus preocupaciones pero sin perder las ilusiones y pensando en el siguiente momento de ocio o vacaciones.

La Navidad para mí se ha convertido en un recuerdo de lo acontecido en la infancia, la juventud y los más de 53 años de vida en común de matrimonio. Una lucha sin cuartel para conseguir el bienestar de todos, y aunque hace años que estoy jubilado, sigo pensando en actividades que mejoren nuestra situación. Mi mayor ejemplo han sido mis padres, dos colosos que fomentaron la unión en momentos de postguerra y escasez. Recuerdo ver partir a mi padre hacia Tánger, en busca de penicilina para tratar a una hermana pequeña víctima de la meningitis, o cómo mi madre cuidaba con cariño y dedicación de la prole en aquella época de Jaén, y con una plancha de hierro daba calor a las sábanas para que el frío no penetrara en nuestros cuerpecillos frágiles. Una etapa muy difícil que se suplió con dedicación y amor, por lo que fuimos felices y nunca perdimos la alegría y las ganas de divertirnos.

En estas fiestas en casa no hemos carecido de buenos alimentos, regalos y de estupendos momentos, pero siempre se queda en el pensamiento lo que no has podido realizar, y en este caso hemos echado de menos no habernos reunido los hermanos para disfrutar juntos para repasar aquellos tiempos. Los años pasan y estamos bastante achacosos, pero es ley de vida que el tiempo se agota, así que espero que nos dé todavía un paréntesis para reunirnos en otro momento. Solo hace falta proponerlo, ya que todos estamos libres de compromisos de trabajo. Cuando menos lo esperas falta alguien, y hace tiempo que no sé nada de mi prima Ángeles, que ya se acerca a los 90, aunque si no hay llamadas es buena señal. Esta semana pasada sí que nos dejó Manolo Torres, el eléctrico. Descansa en paz, amigo.

aguayotenerife@gmail.com