Como bien saben los médicos, hay tratamientos que pueden matar. O lo que es lo mismo, a veces para salvar a una persona se utilizan técnicas o medicamentos tan extremos que pueden causarle graves daños. Cuando el doctor Rajoy llegó al poder, el país estaba al borde de la quiebra. El sistema bancario de las cajas de ahorro, patio de monipodio de partidos políticos, sindicatos y patronales, tenía un enorme ladrillo en el riñón y estaba moribundo. Hubo que rescatar la banca (60.000 millones costó la coña), tapar el hedor de las cajas y subir los impuestos para aumentar los ingresos y mantener el chiringuito público a salvo del oleaje. Rajoy salvó a España a costa de casi cargarse a los españoles. Cientos de miles de pequeñas empresas y autónomos se ahogaron en el mar de los impuestos. Y como siempre que se acude a una dolorosa devaluación fiscal, millones de trabajadores vieron cómo sus sueldos de petrificaban para mejorar la productividad del país.

De las cosas importantes no cambió nada. Las grandes empresas siguen sin pagar impuestos (que solo llueven sobre los pequeños y medianos empresarios y los que tienen nómina) y el sector público sigue teniendo sus tres millones de felices habitantes, con sueldos un veinte por ciento superiores a los del mercado privado, con una masa salarial que vuelve a estar en los 118.000 millones al año en que estaba en el 2007. Aquí no ha pasado nada.

El enfermo escapó de la intervención cuando ya Europa tenía a los cirujanos del maletín preparados. El PP, contradiciendo sus políticas y su programa, convenció a nuestros acreedores de que estábamos en el camino de pagar responsablemente nuestras deudas. Porque debemos uno y la yema del otro.

Una de las "pastillas" que recetaba Europa fue la reforma laboral de la que hoy presume el Gobierno. España tenía uno de los mercados de trabajo más protegidos de Europa. La reforma del PP abarató el despido (para las empresas en pérdidas) e intentó flexibilizar las contrataciones. A pesar de que seguimos teniendo la mayor protección sobre el trabajo que existe en todo el mundo desarrollado, este año pasado se ha creado más empleo. El Gobierno dice que es fruto de la reforma laboral. El sentido común dice que se debe a la mejora de la economía. Pero sea por lo que fuere, el huevo o la gallina, el saldo final es que el trabajador medio español cobra menos de mil euros mensuales, que millones de trabajadores cobran menos de lo que se paga por una pensión media (900 euros) y que se han disparado los contratos por horas o a tiempo parcial. Hay más trabajo, pero hemos creado un precariado laboral que es la consecuencia, a su vez, de un precariado empresarial que vive ahorcado por el dogal de los impuestos. La Administración española es la única que no está en precario: la única que vuelve a estar igual de oronda y feliz que cuando empezó esta crisis horrorosa. El perro flaco y la pulga gorda.