El auge que ha experimentado el turismo en las Islas durante el último año debido a la inseguridad que ofrecen los países árabes del Mediterráneo ha lanzado las campanas al vuelo en los foros relacionado con nuestra primera industria. Algunos sesudos empresarios relacionados con el sector no cesan de advertir -como suele decirse, por activa y por pasiva- que ese incremento es meramente coyuntural, de tal modo que cuando la situación se normalice en esos países el turismo en nuestro archipiélago descenderá lo menos entre un 20 y un 25%. Es, en mi opinión, una apreciación muy justa y debe tenerse en cuenta: el repique de las campanas disminuirá su intensidad tarde o temprano.

El problema de la situación comentada es que cuando uno se acostumbra a lo bueno luego le resulta difícil atemperarse a otra inferior. Es por ello necesario -más que eso, vital, y eso es lo que hacen- que los organismos metidos en ese mundo, así como sus dirigentes, emprendan nuevas acciones que permitan disminuir un poco ese descenso anunciado; e inevitable, apunto yo. Resulta evidente que nuestros visitantes lo que más buscan es el sol y las playas, a lo que hay que sumar en la actualidad la tranquilidad y la seguridad, pero también eso lo ofrecen otros destinos, y nosotros deberíamos diferenciarnos de ellos con algo que tenemos al alcance de la mano: las posibilidades que ofrece nuestro entorno volcánico son en verdad importantes y están desaprovechadas.

En varias ocasiones, a lo largo de los muchos años que llevo colaborando en este periódico, me he referido a la necesidad de llevar a cabo un parque temático que nos enseñe qué es un volcán, cómo se producen las erupciones, qué elementos dispone la ciencia para preverlas, qué se debe tener en cuenta para evitar en lo posible sus aterradoras consecuencias, etc. Ya lo dice la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN): es imprescindible potenciar la educación ambiental, dotar económicamente al sitio para mantener su conservación, analizar continuamente el cambio climático de su entorno, etc.; en definitiva, aprovechar lo que la naturaleza nos ha dado, igual que otros lugares se han visto favorecidos por caudalosos ríos, yacimientos minerales, mares en los que abunda la pesca o culturas antiquísimas que el turismo no se cansa de ver.

Precisamente por eso -vuelvo a lo que antes he dicho, para posibilitar que ese posible descenso del turismo no sea traumático- traigo de nuevo a colación un artículo que se publicó en julio de 2007 que comentaba Vulcania, un parque temático sito en Clermont-Ferrand, en Francia. En él se muestra al visitante todo lo que conlleva una erupción volcánica, con salas que ostentan títulos tan sugestivos como "La galería del trueno", "Planetas y volcanes", "La charca mágica", "La rampa de las nubes ardientes" o "El observatorio". Además, se puede experimentar en un simulador de seísmos la espectacularidad de los terremotos, todo ello con el trasfondo de unos efectos especiales que hacen las delicias de niños y mayores.

Sería conveniente que a alguna de nuestras autoridades -¿quién mejor que el presidente del Cabildo tinerfeño?- se le ocurra la posibilidad de aprovechar algunos de sus periplos europeos para visitar Clermont-Ferrand.

Allí, viendo los miles de personas -no solo turistas- que acuden anualmente a Vulcania, podrán constatar si la idea de construir en tierras teidanas una atracción similar puede ser rentable para los empresarios que se atrevan a llevarla a cabo. A Vulcania, que solo está abierto de marzo a octubre, le va muy bien, con la ventaja para nosotros de que aquí está el Teide, Patrimonio de la Humanidad.