La gripe que nos toca este invierno, la que llegó antes de tiempo -algo que no ocurría desde 2008-, la que ha contagiado a decenas de miles de españoles y colapsado las urgencias de los hospitales, se llama AH3N2. Es un virus más fuerte y sus síntomas son más duros. Desde mediados del mes pasado, España se enfrenta a una situación epidémica que acabará por afectar a entre el 20 y el 30 por ciento de la población del país, aunque eso no significa que todos los que se contagien se vean afectados por la enfermedad. De momento, se han notificado algo más de 430 casos de afectación grave y 53 muertes relacionadas con el virus, seis de ellas en Canarias, donde la media de incidencia -ventajas del clima- está por debajo de la nacional.

Las cifras de la gripe nos plantean una curiosa paradoja: es la enfermedad contagiosa que más impacto tiene sobre los ciudadanos, y la que más muertes ocasiona entre los grupos de riesgo, y -sin embargo- la mayoría de la gente no se la toma en absoluto en serio. Y es que la gripe es parte asumida de nuestra vida, nos acompaña desde hace siglos. En 1918 se llevó por delante en un solo invierno a 40 millones de europeos, más que toda la Gran Guerra Mundial. Pero eso lo hemos olvidado, igual que hemos olvidado que cada cuatro o cinco décadas suele darnos una sorpresa terrible, la última muy grave en 1957, con la gripe de Hong Kong, que acabó con casi un millón de personas.

Lo que ahora recordamos es que la gripe llega todos los años, que es la responsable de que perdamos millones de horas de trabajo, que se contagia con extraordinaria facilidad -los niños son uno de los grupos que más contagios ocasionan- y sabemos también que puede ser prevenida con una simple vacuna, gratuita y accesible sin grandes dificultades. Es asombroso que decenas de personas mayores o con problemas respiratorios pasen olímpicamente de acudir a sus centros de salud a vacunarse y asuman el riesgo de un contagio que funciona como la lotería. Difícilmente te toca el premio gordo, pero a veces ocurre. A 53 personas les ha pasado. 53 vidas que probablemente se habrían salvado si la gente prestara más atención a las informaciones serias y menos al sensacionalismo y las tonterías que hoy se nos cuelan por todos lados, no sólo porque un vecino nos habla de su experiencia, sino porque centenares de miles de vecinos lo hacen a través de las redes, convertidas en la fuente predilecta de información para millones de personas.

La especie más grave que hoy circula sobre la gripe y su vacuna es que la vacuna puede provocar la enfermedad. Es absolutamente falso: no es un método infalible para prevenirla -su eficacia ronda el 60 por ciento de los casos-, pero nadie puede enfermar por usarla. Lo que sí puede ocurrir es que alguien que ha sido vacunado sufra un constipado (no la gripe) y confunda los síntomas, o manifieste una gripe real después de inocularse la vacuna, porque se había contagiado antes de hacerlo. La vacuna no es eficaz en el cien por cien de los casos, porque el virus gripal es mutante; cambia todos los años, y las vacunas se hacen con cepas del virus de años anteriores, eligiendo las que los científicos consideran que serán predominantes en la siguiente campaña. Si la mutación es más radical, disminuye el efecto de la vacuna, pero incluso así suele ayudar a pasar la enfermedad con menos síntomas y malestar. Quienes estén en los grupos de riesgo deben vacunarse. Y los que no, contribuir a reducir su propagación. Medidas de higiene tan sencillas como lavarse las manos con frecuencia o ventilar las casas y centros de trabajo reducirían sustancialmente la epidemia.